En la esquina de las calles Madison y Pulaski, en el West Side de Chicago, hay un pollo Church’s. Un hombre negro aparece ahí cada media hora, aproximadamente, con un celular en la mano y la otra metida en el bolsillo del pantalón.

Un comprador anónimo dijo a EL UNIVERSAL que ese hombre nunca había hecho tantos viajes a la esquina del Church’s como este año. Casi cada 30 minutos recibe una llamada de un adicto o de un nuevo comprador de heroína, camina hasta la esquina de los pollos, entrega una pequeña bolsa de plástico —a veces atada con un nudo y otras quemada con encendedor, lo que diferencia el producto de un cártel y otro— y recibe a cambio 20 dólares por cada bolsita. Esto significa un gramo de heroína por 20 dólares (unos 350 pesos).

Ese hombre, según documentos oficiales de la Policía de Chicago, recibe del cártel para el que trabaja entre 20 y 30 dólares por cada cinco bolsitas vendidas en la calle. Su producto es heroína mexicana, por lo que en el último año no ha sido difícil ganar esos 20 o 30 dólares.

“Todo mundo está buscándola, hasta gente que antes no usaba heroína”, dice el mismo comprador anónimo desde Chicago.

La Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés) dice que a partir de este año hubo un importante cambio en el negocio de la heroína: cinco cárteles mexicanos se han adueñado de 50% del mercado de esta droga en todo Estados Unidos.

Los cárteles de Sinaloa, de Juárez, Guerreros Unidos, Jalisco Nueva Generación y Los Zetas comparten los 13 mil 500 millones de dólares (unos 205 mil millones de pesos) al año por la venta de heroína en Estados Unidos.

Esas vueltas continuas que el hombre negro hace a la esquina de Madison y Pulaski, en Chicago, están teniendo consecuencias serias al otro lado de la frontera: Ciudad Juárez, una de las rutas de tráfico de heroína más usadas por los cárteles mexicanos para hacer llegar su producto a Estados Unidos, está minada por la droga.

Activistas sociales de la localidad aseguran que, además de la alarmante cantidad de droga que circula en la ciudad, el incremento de heroinómanos es una consecuencia directa del aumento en el consumo en Estados Unidos.

“Empezamos a ver aquí más usuarios desde que comenzamos a saber que la demanda en Estados Unidos está creciendo”, dice un ex adicto que conoce la problemática.

Las organizaciones civiles hacen notar los cambios, y refieren que hace cinco años no existía una demanda estable de heroína en esta frontera; es decir, no había un mercado local para los traficantes de esta droga, pero hoy ha comenzado una guerra por su control.

Ciudad Juárez se ha convertido en la número uno en consumo de heroína en todo el país, con una tasa de 22.3%, mientras que el promedio nacional es de 3.4%, según el informe 2015 del Centro de Integración Juvenil de Chihuahua.

El mapa jerárquico del crimen

Álex sólo recibe dos tipos de visita en su casa del centro: adictos y abastecedores. Su trabajo es estar ahí las 24 horas del día, los siete días de la semana. Tiene un celular personal y uno de trabajo. No hay día de descanso.

Desde que Ciudad Juárez fue catalogada como la más violenta del mundo por registrar más de 3 mil 100 homicidios en un solo año, las autoridades cambiaron sus estrategias de patrullaje, pero también los cárteles: no existen más los grandes puntos de venta de antes, casas donde se guardaba la droga por kilos, se cortaba y era vendida por las mismas manos.

Hoy existen dos técnicas: el celular y los puntos de reabastecimiento. Para la primera la confianza es clave. El comprador obtuvo el número telefónico de un vendedor por recomendación. El procedimiento es el mismo que en las calles de Chicago. Álex dice que esa estrategia es menos riesgosa, pero hay que andarse moviendo por toda la ciudad y eso a él no le gusta. Por eso eligió la segunda técnica: el punto de reabastecimiento. Aquí, al vendedor le entregan sólo 10 o 20 dosis, y una vez que se han vendido todas, su trabajo es avisar a los abastecedores para que lleven otra carga. Así evitan decomisos que resultan en pérdidas millonarias.

Los cárteles, además de cambiar sus estrategias de venta y de abastecimiento, han formado nuevas jerarquías para la compra-venta de droga. En el peldaño más bajo están los cuidadores, personas dedicadas a vigilar el área, los movimientos de las autoridades y de los grupos rivales. Un escalón arriba está Álex, un dealer o puchador, encargado de vender dosis y recolectar el dinero. Enseguida están los abastecedores, quienes llevan más droga a los puntos de venta cada vez que es necesario. Más arriba están los procesadores, encargados de cortar, empaquetar y pesar la droga. Por encima están los traficantes, quienes hacen los tratos sobre kilogramos o toneladas.

Esta jerarquía aplica para toda la ciudad, pero los puntos rojos de compra-venta de heroína detectados por las autoridades se ubican todos en el centro y se distribuyen las colonias Bellavista, Centro, Cuauhtémoc, Altavista, Torreón y Zacatecas.

Cuando no había picaderos

Me pregunto por qué El Calambres se deja llamar basura humana, permite que los jefes de Barrio Azteca, que están junto a nosotros escondidos de la Policía Estatal en una vecindad en el centro de Ciudad Juárez, lo ahuyenten como a un perro, lo maltraten y le exijan que pida por favor. El Calambres busca una cura, una dosis de heroína, el problema es que no tiene los 60 pesos para pagarla. Por eso los líderes aztecas lo usan como a una bestia. Uno de ellos afirma que los adictos son peor que la basura, “son zombies”, dice. No son como en las películas, tipos ágiles, bien parecidos, con una vida interesante. Aquí, en la vida real, los adictos son el tesoro de los cárteles, pero como tal no cuentan como humanos, sino como objetos intercambiables.

Integrantes de organizaciones civiles recuerdan la década de los 90. Dicen que si hoy hubiéramos caminado por estos mismos pasillos el panorama sería otro: no habría picaderos para comprar heroína, no habría personas como El Calambres. “En los 90 había heroína, pero nada más en El Paso, porque por aquí sólo cruzaba, no se usaba, y los que llegaban a consumirla tenían que cruzar la frontera y gastar 20 dólares por una dosis”, afirman.

Hoy, una dosis en el lado mexicano de la frontera cuesta 60 pesos, y el flujo de adictos se ha invertido: decenas de estadounidenses de Nuevo México y Texas cruzan desde El Paso a Ciudad Juárez para adquirir heroína.

“Compran toda la tanda y la cruzan pa’l Chuco”, es decir, los adictos del otro lado del Río Bravo cruzan para comprar 10 o 20 dosis y regresar a su país, dice uno de los líderes de Barrio Azteca, encargado de la venta en esta vecindad.

Lo que organizaciones civiles y autoridades locales han notado es que en los últimos cinco años la disponibilidad de heroína en Ciudad Juárez ha aumentado considerablemente, mientras que su precio ha ido bajando.

“La calidad se ha mantenido baja porque está muy cortada, ha pasado por muchas manos. Pero esta es la que se queda aquí en la ciudad, la que va para el otro lado no va cortada, va pura y allá se corta”, explican activistas.

Las estadísticas de la Agencia Antidrogas (DEA) muestran que en 2003, 90% de toda la heroína decomisada en Estados Unidos provenía de Colombia. Para 2012 esa cifra era de 55%, compartiendo el resto con los productores mexicanos. Para 2015 los cárteles nacionales se adueñaron de la mitad del negocio y se prevé que para este año 60% estará su poder.

Según investigaciones de organizaciones no gubernamentales, la mayor parte de la heroína que se consume en Ciudad Juárez viene de Guerrero y del mismo estado de Chihuahua.

Otra de las consecuencias de la mayor presencia de heroína aquí son las sobredosis que, según estadísticas locales, han aumentado hasta en 20%. “Los que caen primero son los jóvenes, ahorita están usando más los de 15 años para arriba, es una de las tendencias que hemos detectado”, dicen activistas.

Otra tendencia inédita en esta ciudad es el uso generacional: abuelo, padre e hijo consumidores de heroína.

Al igual que El Calambres, familias completas son mercancía desechable. La respuesta a mi pregunta está en los efectos de la droga, en la forma en que acaba con su dignidad y se olvidan de que son humanos: los adictos a la heroína se vuelven dóciles cuando se les promete una cura, pero rabiosos cuando la promesa no se cumple.

Los tres amigos: de Juárez a Chicago

Los estadounidenses Ignacio Nieblas y Bryan Márquez Flores, de 22 y 19 años, fueron arrestados en febrero de este año en Nuevo México, cerca de la frontera con Ciudad Juárez, con más de cinco kilos de heroína.

En marzo, federales de EU aprehendieron a José Alfredo Alaniz, de 53 años, quien cargaba una maleta con más de 198 mil dólares (más de 3 millones y medio de pesos) en heroína. En julio, una decena de estadounidenses y mexicanos fueron arrestados en la misma zona por agentes federales con cargos de formar parte de una red de traficantes de heroína. En agosto, autoridades mexicanas capturaron a Víctor CH, a quien acusan de ser uno de los principales distribuidores de heroína en Juárez y El Paso, Texas. Todos tenían como destino Chicago.

Hoy, el corredor que entra por Chihuahua, Ciudad Juárez, El Paso, Sunland Park, Phoenix y va hasta Chicago, es el más usado por los cárteles de la droga. Por un lado, es la ruta que tiene más posibilidades de cruzar la frontera; por otro, hay una demanda que suplir en esta zona, según el reporte Drug threat Assessment 2015, de la Agencia Antidrogas (DEA), que detalla las tendencias de uso y tráfico de heroína.

En el mismo reporte, la DEA detalla que en el área de Juárez y El Paso, el Cártel de Juárez mantiene la mayor parte del poder respecto al tráfico de heroína, compartiendo el territorio con el Cártel de Sinaloa y en menor medida con el Cártel de los Beltrán Leyva. Sin embargo, pocos kilómetros más al norte, en Nuevo México, la influencia de los Beltrán Leyva desaparece y el pie lo comparten en 50% con los cárteles de Sinaloa y de Juárez.

Una vez en Chicago, el Cártel de Sinaloa domina el mercado, compartiendo 25% entre los cárteles de Juárez y de los Beltrán Leyva.

Según estadísticas de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP), el área con mayor actividad de tráfico de heroína en todas las fronteras de EU es el corredor de El Paso-Juárez.

El último reporte del año fiscal 2015 indica que en esta frontera se decomisaron 8 mil 237 onzas de heroína (más de 233 kilos). El total de decomisos realizados en todos los puertos de entrada al país fue de 8 mil 282 onzas; es decir, casi 100% de los decomisos sucedieron ahí.

Las autoridades estadounidenses mantienen un ojo alerta que apunta hacia esta frontera. En el reporte National heroin threat assessment 2016, publicado a mediados de este año, agencias federales se dicen preocupadas por el poder de los cárteles mexicanos en EU.

“Las organizaciones mexicanas son hoy las más prominentes en el narcomenudeo de heroína en Chicago, Nueva Jersey, Philadelphia y Washington. De toda la droga decomisada en 2014, los análisis dieron resultados a heroína mexicana en 79% de las muestras entregadas a la DEA”, expone el reporte.

El adicto entrevistado en Chicago no se sorprende de conocer esas cifras. “Al final de cuentas ellos [gobierno de EU] crearon esta situación, y ahora dicen que están asustados, es hipócrita”.

Lo que dice tiene sentido si se toman en cuenta los hallazgos del Center for Disease Control (Centro para el Control de Enfermedades de EU) en su reporte de 2015: médicos estadounidenses, apoyados por seguros, entregaron cantidades industriales de opioides como el Vicodin, lo que hizo crecer el número de adictos, mientras había casi nulo control de estas sustancias. Esa situación, indica, hizo que los millones de adictos a opioides buscaran una salida en la heroína.

Los cárteles mexicanos encontraron un demandante nicho de negocio: la negra, la heroína mexicana. Hoy, según estadísticas del Departamento de Salud de EU, son más de un millón los norteamericanos que buscan pinchar sus venas con la negra.

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