En estos primeros días del 2019, el presidente reactivó su particular estilo de comunicarse con la sociedad mexicana, con sus ya conocidas conferencias matutinas. Este 2 de enero, en su primera conferencia del año, el presidente habló de la necesidad de “un diálogo circular y mensajes de ida y vuelta”. Enhorabuena, porque, hasta ahora, ésta no ha sido la señal que ha enviado. De hecho, al gobierno no parecen importarle las contribuciones que podrían tener innumerables interlocutores que sin duda tienen información y evidencia que servirían para orientar la toma de decisiones de forma sensata e informada. Hasta ahora, el nuevo gobierno parece preferir que la comunicación fluya en sola dirección. Sólo que eso no es comunicación. Eso se llama monólogo.

Peor aún, parece haber una clara aversión a la discusión y al disenso, y una proclividad para agredir y denostar a opositores, especialistas, periodistas y activistas que no comparten la visión del actual gobierno, o algunas de sus decisiones, como es natural en cualquier democracia. Las descalificaciones son cada vez más agresivas, y resulta preocupante la polarización que se está fomentando.

En las semanas que van de esta administración, hemos visto que se concretan decisiones contra toda lógica económica, como en el caso de la cancelación del nuevo aeropuerto; o sin respaldo de estudios especializados, como en el caso del Tren Maya; o fuera del marco legal necesario, como en el caso de la refinería de Tabasco; o, además, abiertamente opuestas a las promesas de campaña, como en el caso de la militarización de la seguridad pública.

En todos estos casos, y en otros, debería promoverse un diálogo que incorporara alertas, riesgos, salvedades. En cambio, la sana discusión, que debería darse como parte de un proceso democrático de toma de decisiones, queda anulada por un discurso que es premeditadamente excluyente porque asume que lo asiste una extraña “razón moral”. Los foros y las mal llamadas “consultas”, no alcanzan para tapar esta realidad. Son, cada vez más, ceremonias vacías, meros trámites, simulación burda de una voluntad democrática que sólo es real en cuanto que es fachada.

Se ha llegado incluso al extremo de llamar a las cosas por su significado contrario. Es el caso de la Guardia Nacional, que se presenta como el inicio de una desmilitarización, cuando es exactamente lo contrario: el arraigo operativo y constitucional de la militarización del país. Y hacerlo, además, sin sustento legal, “porque hay prisa”. De vuelta al tema del diálogo, se convoca a reuniones para analizar el tema, cuando en la práctica la militarización avanza, independientemente de cualquier consideración sobre los riesgos de esa decisión.

De igual forma, se ha planteado desde el debilitamiento de instituciones que son parte fundamental de nuestro sistema democrático. Son los casos, aunque no los únicos, del Instituto Nacional Electoral o del Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales. Su existencia o su pertinencia no pueden reducirse a un argumento presupuestal. Por ello, debe promoverse una discusión amplia sobre estos temas, y el nuevo gobierno haría bien en escuchar y reflexionar sobre las consecuencias de muchos de sus planteamientos.

Las descalificaciones no aportan al diálogo, los foros que sólo buscan legitimar decisiones inamovibles no son en realidad un diálogo, las acciones que se realizan fuera de la ley no pueden formar parte de un diálogo. Una democracia se construye escuchando, convenciendo y respetando la ley. Es probable que a muchos ya no les interese la democracia ni las libertades, pero entonces que lo digan con todas sus letras. Digo, para al menos ahorrarnos la simulación.

Presidenta de Causa en Común.
@MaElenaMorera

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