Es sabido que dos cosas distinguen a Homo sapiens del resto de los seres. La primera es su capacidad de cooperación compleja, lo que le ha permitido construir pirámides, deslumbrantes urbes e incluso mandar cohetes al espacio. Otra es que se cree sus propias historias. Los antiguos griegos creían firmemente en Afrodita y los etruscos en sus deidades; durante años la humanidad creyó en el derecho divino de los Reyes y ahora cree en las ilusiones que los líderes políticos le venden y eso nos permite funcionar y, en definitiva, convivir, además de tener la esperanza de que las cosas pueden cambiar en un sentido siempre positivo. Ninguna especie comparte esa fe en el progreso que ciegamente mueve a la humanidad. El problema, a mi juicio, se desborda cuando uno se cree sus propias mentiras y las divorcia de la realidad un periodo más o menos largo. El reencuentro con la realidad puede ser muy doloroso.

Esto ha ocurrido con los partidos políticos que, en esta elección, han sufrido un práctico hundimiento. Empiezo por el más visible: el Partido de la Revolución Democrática. El sol azteca agoniza no solamente porque no siguió la prédica del líder carismático que heredó sorprendentemente el poder de su caudillo original, sino que empezó a vivir la más amplia disonancia que un partido pueda tener. Su discurso chocaba con su práctica de gobierno. Mientras los liderazgos hablaban de socialdemocracia en el plano nacional, la Ciudad de México era gobernada con los rasgos clientelares y corruptos más atroces que el priísmo haya tenido. Era chocante oír a un hombre docto como Agustín Basave hablar de la necesidad de modernizar el régimen, mientras la Asamblea Legislativa se repartía los recursos de la reconstrucción y se otorgaban permisos de construcción en condiciones crecientemente opacas. Por más que se creyeran sus mentiras era imposible creer, al mismo tiempo, que era una fuerza modernizadora y repartía apoyos con tintes clientelares como cualquier estructura tricolor en los mejores tiempos. Su desplome es consecuencia de la distancia entre su prédica modernizadora y su atávica práctica.

Algo muy parecido le ocurrió al PRI. Los más fervientes defensores de la reforma educativa o del conjunto de reformas que en esta administración se aprobaron, omitían que ese discurso transformador convivía con las prácticas políticas más cavernícolas que se puedan imaginar. La ilusión de las reformas, de tener un país diferente, contrastaba chillonamente con administraciones envilecidas y prácticas de una élite irritante y soberbia. Por más dispuestos que estuvieran a creer en esa narrativa, el contraste con la realidad era el mismo que el príncipe y la rana; en realidad la rana era una rana y se vistió temporalmente de príncipe para aprobar las reformas que, durante su etapa opositora, se dedicó a bloquear y volvió a croar ya como gobierno.

Lo mismo podría decirse del PAN, que, salvo en Guanajuato donde se mantiene con un sólido bastión, se ha convertido en su propio antídoto. La mejor manera de que el PAN se derrote a sí mismo es accediendo al poder. Gobiernos miopes y timoratos estuvieron muy por debajo de lo que la gente esperaba. Los tres partidos que se repartieron el poder en este siglo deberán reinventarse o desaparecer. Su primera tarea será reconocer que la distancia entre su prédica y su práctica tiene un costo que la sociedad cada vez cobra más caro. Las mentiras pueden servir como puente entre una etapa y otra, pero la experiencia de gobierno los desnuda. El PRI no se reformó o si lo hizo fue para envilecerse. Por eso su candidato, un hombre probo y competente, no encajaba. La prueba del ácido es siempre la salida. Zedillo es un académico distinguido y buena parte de sus ministros van por el mundo con soltura y reconocimiento. A nadie le sorprendería ahora que Meade ocupara un puesto en un organismo internacional, pero ¿cuántos de los gobernadores y secretarios salientes conseguirán reconocimiento posterior a su paso por la administración pública?

La enseñanza es clara. La gente es noble y bien intencionada y en consecuencia compra sueños, esperanzas y propósitos de enmienda, pero la paciencia es cada vez más corta y si los que llegan con un potente discurso de transformación vuelven a las andadas, en muy poco tiempo la ciudadanía decepcionada dirá: me volvieron engañar. Espero que no sea el caso.

Analista político.
@leonardocurzio

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