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Pachuca

La extrema pobreza se percibe a la distancia; las lluvias y tierra dejaron hoyos profundos y canales en el camino y semidestruyeron las pequeñas casas de block y láminas de cartón o fierro. Aquí es la colonia Ampliación Jorge Obispo, habitada por 60 familias —la mayoría indígenas— que salieron expulsadas de la extrema pobreza de sus comunidades hacia la pobreza urbana.

Son las nueve de la mañana y los seis hijos de la familia Sánchez Fortuno rondan la pequeña vivienda, en espera de poder devorar las papas, tortillas y café, que se cocinan.

La colonia Ampliación Jorge Obispo, parte de unos fraccionamientos de Antorcha Campesina, es refugio de cientos de familias pobres que llegan de poblaciones de la Sierra y la Huasteca; la mayoría habla náhuatl y otomí; sólo unas 15 familias se comunican en español.

Ubicadas a 15 minutos del reloj monumental de Pachuca, estas colonias nada tienen que ver con la ciudad que está por estrenar el Tuzobus, un moderno sistema de transporte; los servicios, como agua potable, drenaje y luz pública, no han sido proporcionados por el ayuntamiento, al argumentar que son colonias irregulares.

En una vivienda de la Jorge Obispo nos recibe Estela Fortuno con su familia. Su esposo Roberto, albañil de 56 años, prepara un poco de mezcla para hacer algunos arreglos a su casa; hace más de un mes, no ha tenido contrato. Por eso hace los arreglos de su casa, compuesta por un pequeño baño y dos cuartos de block.

Estela trabaja en la limpieza de casas y lava ropa, gana de 50 a 200 pesos. La puerta principal de su hogar es de lámina; en una habitación hay dos camas repletas de ropa. Una mesa con trastes, una tabla colgante con verdura y una repisa con un televisor forman la recámara de la pareja y de sus hijos.

La familia está de fiesta. Hace un mes llegó la electricidad a sus hogares, aunque en la calle sigue la oscuridad.

En el fuego se cocinan unas papas que serán el desayuno de Estela y sus hijos, mientras cuenta que salió hace 10 años de Cortázar, Guanajuato, junto con su esposo ante la falta de oportunidades. Su llegada a Hidalgo fue complicada debido a que tenían que rentar y mandar a los niños a la escuela. Con los años, pudieron solicitar a crédito un terreno por el que pagan mil 200 pesos al mes.

Estela y Roberto eran analfabetas. Roberto aprendió a leer y escribir, por su cuenta. Estela, beneficiaria de Prospera, dice que a través de este programa pudo estudiar y ahora ya escribe su nombre, “nos dicen que como requisito debemos poner nuestro nombre y apellido, así como la firma para poder recibir el apoyo”.

Estela recibe 900 pesos al mes; Anahí, la hija mayor, tiene 17 años y por ser estudiante de preparatoria, recibe mil 700 pesos; por los niños de seis, cuatro, nueve, dos, uno y siete años, Liconsa le entrega dos veces por semana cuatro litros de leche.

La madre de familia quiere estudiar porque sus hijos se burlan de que no sabe leer ni escribir. “Hubiera querido ser abogada, así como soy de chismosa, hubiera sido buena”; ese sueño todavía lo quiere cumplir; junto con seis vecinas toma clases para concluir la educación básica.

Por momentos se queda triste viendo a sus hijos. “Le voy a decir un secreto, a mis hijos les digo que deben estudiar para que salgan de esto”.

Sus esfuerzos parecen tener buenos resultados: Anahí está convencida de estudiar sicología.

En el ambiente flotan los sueños, esos que se pueden tejer aun en medio de la pobreza, por momentos todos olvidan que para la tarde no hay comida. Los ojos de los pequeños brillan pensando en una gran casa y muchos juguetes.

En un lugar lleno de carencias, Estela está convencida de que lo que más necesita es comida. “Mis hijos pueden tener un mejor futuro, pero a veces me da mucho miedo (...) parece que lo único que les espera es ser albañiles o lavar ropa ajena; si es así, la verdad yo no quiero verlo”, señala Estela.

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