Nogales.— Con olor a sudor y a derrota, arrastrando los pies y con la mirada perdida en el suelo, el grupo de migrantes deportados de Estados Unidos fue llegando poco a poco esa noche de sábado al Juan Bosco de esta ciudad.

Hace semanas o meses dejaron todo en pos de un destino mejor, y ahora deben hacer esta escala antes de regresar a sus lugares de origen doblemente vencidos: a la frustración de un viaje fallido tendrán que agregar las deudas monetarias adquiridas para poder llevarlo a cabo.

Paradoja tras paradoja. Estos indocumentados, los más pobres entre los pobres, son parte de un multimillonario negocio de tráfico humano que se realiza y obtiene ganancias a costa de su explotación.

En menos de media hora la capilla del albergue había sido ocupada por al menos 60 migrantes, la mayoría mexicanos. Algunos fueron deportados por la migra, unos más fueron abandonados por los coyotes en el intento, otros ni siquiera alcanzaron a cruzar; fueron robados o vejados antes.

Cabizbajos, sentados en dos hileras de bancas, no hablan, sólo se miran y se estrujan las manos. Pocos prestan atención al aparato televisivo que, situado al frente de la capilla, emite un programa de TV Azteca llamado “El rival más débil”. Nueva ironía.

Los enviados de EL UNIVERSAL ingresan a la capilla y preguntan:

¿Alguien quiere contar su historia?

Al fondo, una voz masculina, entrecortada, contesta:

—No, no, ya no nos cansamos de tanto llorar.

Finalmente, algunos acceden a relatarla, como Dora Luz, originaria de la región del Istmo de Tehuantepec, en Oaxaca, quien narra las vejaciones que vivió cuando a ella y otros 10 migrantes los aprehendió la Patrulla Fronteriza cuando acaban de cruzar la línea fronteriza, a la altura de Sásabe.

El pollero que los llevaba tenía antecedentes criminales como narcotraficante, por lo que fueron detenidos y trasladados a un centro de detención. A Dora Luz la llevaron a la cárcel de Florence, en Phoenix, un reclusorio de mujeres donde estuvo detenida durante un mes.

“En ese lugar sufrí muchas humillaciones desde el primer día cuando me obligaron a quitarme la ropa enfrente de mucha gente, y luego me toquetearon varias guardias, con el pretexto de que yo traía droga”, comenta indignada.

Dora Luz tiene 32 años, estudió sólo la primaria y en Oaxaca estaba desempleada, por lo que tuvo que pedir prestado para pagar los 5 mil 500 dólares que el pollero, contactado en Altar, le cobró para cruzarla y llevarla supuestamente hasta Phoenix, donde planeaba conseguir un trabajo para mantener a sus hijos de 8 y 13 años que se quedaron a cargo de su madre.

El viaje le dejó pura amargura. En la línea, aún en territorio mexicano, estuvo alrededor de 20 días esperando el momento en que la cruzaran a Estados Unidos. En ese lapso, vivió hacinada en un improvisado campamento hecho con “palitos” que los mismos polleros construyeron.

Dora Luz lamenta que después detanto sacrifico, de esa larga espera y de un periplo de más de tres mil kilómetros, desde Oaxaca, el mismo día en que cruzó la frontera la detuvo la Patrulla Fronteriza. Ahora, no sabe que les dirá a sus hijos y a su madre cuando regrese, pero, sobre todo, desconoce cómo le hará para conseguir los más de 70 mil pesos más intereses que debe en su pueblo a varios. Lo primero le provoca vergüenza, pero lo segundo le causa angustia y miedo, admite.

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