La designación de Marcelo Ebrard como secretario de Relaciones Exteriores reconoce la importancia que da el nuevo gobierno al rol de México en el mundo. La política exterior mexicana ha sido una de las pocas áreas en las que nuestro país ha destacado regional y globalmente en el pasado; hoy, esta área del quehacer político es crucial para el desarrollo económico, social, cultural y científico de nuestro país.

Al igual que en otros rubros, en política exterior el presidente electo llega fuertemente influenciado por el cardenismo. El cardenismo representó la cúspide de la política exterior mexicana. Sin embargo, el gran legado del cardenismo no es lo que se piensa; en México, los círculos académicos y políticos han vuelto a la Doctrina Estrada, aquella que presenta el principio de no intervención en asuntos internos de otros países, el pináculo de la política exterior mexicana. En la realidad, la política exterior mexicana del siglo XX fue exitosa en gran medida justamente porque no basó su actuar en esa famosa doctrina. México utilizó a la Doctrina Estrada como una herramienta diplomática en casos como el de Cuba o las dictaduras latinoamericanas, pero nunca dejó de asumir su responsabilidad global ni de perseguir sus intereses regionales, contraviniendo a la doctrina.

En el contexto global actual, regresar al purismo de una Doctrina Estrada no es plausible ni deseable. El problema de la Cancillería en los últimos sexenios no fue su intervención en asuntos internos de otros países, sino justamente su falta de intervención en cualquier asunto exterior. Mientras que el cardenismo elevó a México a un actor global porque no tuvo miedo de asumir liderazgo en el concierto de naciones, en los últimos sexenios México ha actuado únicamente a la sombra de Estados Unidos y por ello, se ha vuelto irrelevante.

Una revisión histórica del actuar de México en el mundo nos permite entender que la Doctrina Estrada fue una herramienta pero nunca dictaminó el conjunto de nuestra política. Ciertamente, la libre determinación de cada país fue un argumento medular para que México hiciera sus históricas protestas contra las invasiones a República Checa y Etiopía en la Liga de las Naciones; pero esa misma filosofía estuvo ausente durante la intervención mexicana en la Guerra Civil española, enviando balas y fusiles, en la Revolución Cubana, donde se apoyó a los rebeldes, y en los conflictos armados centroamericanos, donde el gobierno de México siempre jugó un rol importante.

En ese sentido, incluso la célebre política de apoyo a exiliados podría ser vista como contraria a la Doctrina Estrada. El exilio de Trotsky, los republicanos españoles, el Shah, etc… suponen una injerencia indirecta, pero al final interna, en asuntos de otros países. Puede no gustarle a los puristas académicos, pero México logró una posición importante en el mundo y un liderazgo regional justamente porque logró conjugar la Doctrina Estrada con un pragmatismo e injerencia global en el actuar cotidiano.

Queda claro que México no puede pretender retomar una doctrina que nunca fue realmente utilizada. Lo que sí es importante es que se desarrolle una diplomacia a la altura de las dimensiones políticas, sociales y geográficas del país. Además de la diplomacia clásica, es fundamental que se adopte y desarrolle el concepto de la diplomacia pública; aquella que permite a un país y a su cultura establecer vínculos con poblaciones extranjeras. Para un país como México resulta fundamental establecer su poder blando a través de este tipo de diplomacia, permitiendo interacciones culturales y sociales que ayuden a proyectar la influencia externa del país, y al mismo tiempo potencialicen su arte, ciencia y economía interna.

Durante los gobiernos tecnócratas, la diplomacia pública mexicana ha sido confundida o reducida a un esquema para atraer turismo, al mismo tiempo que países más pequeños como Tailandia y Perú han encontrado en ella una forma de poder competir en el concierto de las naciones y al mismo tiempo, desarrollar sus potencialidades. Ciertamente, la presente administración ha hecho un trabajo loable desarrollando la marca país, pero se ha visto limitado por su propia visión que gira en torno al turismo y la economía. La responsabilidad del nuevo gobierno no es acabar con este trabajo, sino encauzarlo en una política mucho más holística y amplia de diplomacia pública.

Es imposible e indeseable retomar la Doctrina Estrada tal cual fue planteada, lo que sí es plausible es volver a asumir el rol global de México que el cardenismo alguna vez estableció; para lograrlo, se necesita de una participación activa en la región y el desarrollo de una política de diplomacia pública amplía y visionaria.

Analista político

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