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Detrás de los puestos ambulantes que invaden la banqueta de la calle de San Pablo y de una serie de barras blancas que lo cercan, se alcanza a distinguir la cúpula de una iglesia. Sus puertas están cerradas para la visita del público. Desde finales del siglo XIX dejó de ser un espacio para el culto católico, pero sus paredes y el subsuelo sobre la que fue construida conserva elementos que la convierten en el punto de origen de ese antiguo barrio del Centro Histórico que, según anunciaron la semana pasada, será rehabilitado por el Gobierno de la Ciudad de México mediante un proyecto en colaboración con la inciativa privada.

“Este sería el ombligo del barrio de San Pablo”, afirma desde el camellón de esa transitada avenida el cronista Jesús Rodríguez Petlacalco. Para acceder a este templo sólo es posible con la autorización de los encargados del actual Hospital Juárez del Centro, institución que desde 1847 ocupa este terreno que en la Colonia pertenecía al Colegio de los Agustinos de San Pablo. El complejo hospitalario cubre toda la cuadra y bajo esa capilla que ahora funciona como un auditorio hay un tesoro oculto, según refiere el cronista de esta zona. Esta capilla, dice, fue edificada sobre el templo de Huitzilopochtli, pues durante la época prehispánica esta área era conocida como el Teopan, uno de los cuatro barrios fundacionales de México-Tenochtitlán : “Es un sitio fundacional que nos lleva hasta el origen de nuestra antigua ciudad. Se cree que después del Templo Mayor, en importancia estaba el Teopan, que significa ‘el lugar en donde está dios’”. A la llegada de los españoles, se construyó ahí una capilla y luego el convento que le dio nombre a este barrio.

Este espacio, ahora convertido en un complejo hospitalario, es apenas uno de los muchos rincones históricos que se pueden encontrar en San Pablo. Entre los callejones, vecindades, comercios informales y el sexoservicio que ahí se ejerce, hay sitios que evocan su pasado prehispánico, colonial y de la vida de la ciudad en el siglo pasado.

Barrio de los curtidores. Ahora seccionado por una gran avenida, históricamente este antiguo barrio ha estado vinculado a la zona actualmente conocida como La Merced y al comercio. Un inmueble virreinal, ubicado en República del Salvador y Talavera, recuerda que en esa época a esa zona también se le conocía como Barrio de los Curtidores. Se trata de la Casa Talavera —un Centro Cultural de la UACM—, que durante la segunda mitad del siglo XVIII y hasta finales del XIX fue una “casa de trato de curtiduría”.

Este inmueble, explica la historiadora Gabriela Sánchez Reyes, tenía dos patios: el primero era una vivienda, mientras que en el segundo estaban las instalaciones de la curtiduría. La investigadora de la Coordinación de Monumentos Históricos del INAH refiere que “había diferentes tipos de tinas, como 15 pelambreras o depósitos donde se mezclaba el agua y cal para pelar las pieles”. Esta familia de curtidores, comenta, utilizaba las pieles del mismo ganado que criaba, obtenía la carne en el matadero —también ubicado a unas cuadras de ahí—, y la vendía en las carnicerías. “La geografía del antiguo barrio de San Pablo está casi olvidada y apenas se recuerda que ahí se encontraba, casi en los márgenes de la traza, hacia San Antonio Abad, el matadero para las reses y el rastro de San Antonio para la carne de carnero, o bien la capilla de San Lucas, donde los matanceros y empleados del rastro se reunían para rezar. Este recinto aún existe en la Plaza Comercial Pino Suárez”, señala la historiadora.

El que en ese barrio existieran casas de curtiduría se debía a su cercanía con la Acequia de Roldán, pues además de ser una vía de transporte de las canoas que venían del sur de la ciudad, el agua del canal servía para lavar las pieles. “Incluso existió el Puente de los Curtidores, en las actuales calles de Regina y Roldán”, refiere la historiadora.

Su relación con los canales de agua también hizo que este barrio estuviera vinculado al comercio, actividad que sigue siendo parte vital de la zona.

En las calles de Topacio, Roldán, Santo Tomás, Carretones y Jesús María se encuentran, por ejemplo, varias jarcerías y comercios donde se pueden adquirir todo tipo de productos de limpieza. “El comercio sigue teniendo su lugar. Este barrio es una especie de museo vivo... Todavía es posible encontrar comercios relacionados a la limpieza, es una zona tradicionalmente vinculada a la jarciería”, comenta Jesús Rodríguez Petlacalco.

En la época virreinal, en estas calles que ahora lucen casi abandonadas habitaron quienes “desempeñaban uno de los oficios más desagradables de la capital”, refiere el cronista. Les llamaban “piperos” y su trabajo consistía en recorrer las calles con una pipa y una mula para recoger el contenido de las bacinicas que salían de los hogares.

Hoy, además de los comercios tradicionales y el ambulantaje, este barrio también es conocido por el trabajo sexual que ahí se ejerce. Esa actividad, comenta el cronista, llegó a estas calles en los años 30 del siglo pasado, cuando las autoridades de la capital decidieron reordenar el área de lo que hoy es avenida 20 de Noviembre: “Esa era una zona de trabajo sexual. Recordemos que a principios del siglo XX, de Izazaga al sur de la ciudad era una zona fabril y obrera, de cierta exclusión; era una zona de congales y de prostíbulos, pero cuando se ampliaron algunas avenidas, como Fray Servando y 20 de Noviembre, reubicaron a las chicas a la zona de San Pablo”.

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