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Buenos Aires. “¿Cómo se convierte alguien en escritor, o es convertido en escritor?”, se pregunta el argentino Ricardo Piglia en Los diarios de Emilio Renzi, un libro con sus propios diarios de juventud y formación. “No es una vocación, a quién se le ocurre, no es una decisión tampoco, se parece más bien a una manía, un hábito, una adicción, si uno deja de hacerlo se siente peor, pero tener que hacerlo es ridículo, y al final se convierte en un modo de vivir (como cualquier otro)”. Este escritor, fundamental en la literatura en lengua española en los últimos 50 años por su trabajo literario y crítico, que supo comprender la cultura de su época y saltar la barrera de los géneros, murió ayer, a los 75 años, en Buenos Aires.

En los últimos años había padecido esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una enfermedad que afectaba su cuerpo, pero que no incidía en su capacidad intelectual.

Hoy, a las 12 del mediodía (hora argentina), un cortejo llevará su ataúd al cementerio de la Chacarita, en Buenos Aires. El velatorio comenzó ayer a las nueve de la noche en una sala del barrio de Villa Crespo, y ya hacía algunas horas que se lo lloraba a través de los medios y de las redes sociales de Latinoamérica y de España. “Fue un escritor y un intelectual fundamental”, dice a este diario Pablo Avelluto, el ministro argentino de Cultura. Los galardones lo reconocieron: en 2005, Piglia ganó el premio Iberoamericano de Letras José Donoso; en 2010, el de la Crítica de España; en 2011, el Dashiell Hammett de la Semana Negra de Gijón y el Rómulo Gallegos, entre otros.

“Escribió novelas que construyeron nuevos modos de narrar y significaron una bisagra en nuestra tradición literaria. En paralelo, fue un lector excepcional que nos ayudó a pensar de nuevo una enorme genealogía de escritura. Lo echaremos de menos, pero por suerte nos quedan sus textos. Fue un gran tipo que enfrentó con enorme lucidez y dignidad una enfermedad durísima”, dice el ministro Avelluto.

Piglia había nacido en 1941 en Adrogué, un suburbio de clase media. De niño había vivido en Mar del Plata y luego estudiado Historia en la Universidad Nacional de La Plata. Como joven editor dirigió la Serie Negra y publicó en español a Dashiell Hammett, Raymond Chandler y Horace McCoy; clásicos del género policial. De hecho, él mismo hizo mucho por ese género, no sólo como editor, sino también como autor. Junto a Osvaldo Soriano y a Juan Sasturain formó parte de la renovación del género policial.

Así, en 1980 publicó Respiración artificial, una novela de culto, plagada de enigmas, en la que cuatro personajes de diferentes generaciones buscan y son buscados, y se dejan atravesar por la política argentina de los siglos XIX y XX. Aunque Piglia había recibido una mención especial en el concurso Casa de las Américas de 1967 (y así publicó su primer libro, Jaulario, que luego fue reeditado como La invasión), en verdad Respiración artificial fue su primer éxito internacional.

En las páginas de esta novela ya aparecía un joven escritor llamado Emilio Renzi: el alter ego de Piglia (y correspondía a su segundo nombre y a su segundo apellido). Emilio Renzi, que también fue la firma en sus primeros textos, luego le dio título a Los diarios…, dos volúmenes ambiciosos —y uno más en camino— que recuperan las páginas que escribió desde los 16 años.

“Creo que el modelo del relato como investigación no supone ni exige que el investigador sea un policía o un detective”, dijo Piglia en una entrevista sobre Respiración artificial.

“El modelo de investigación puede servir para construir relatos donde la investigación tenga otra función; no hay que asimilar ‘investigación’ con ‘resolución del crimen’. Para mí, el género policial ha funcionado como una estrategia narrativa fundada en la idea del relato como investigación”.

En sus cuentos y en sus novelas, Piglia siempre coqueteó de un modo erudito y astuto con el género policial, al que llegó leyendo a los grandes de la literatura estadounidense. Así lo hizo también en La ciudad ausente (1992), Plata quemada (Premio Planeta Argentina en 1997 y que luego fue llevada al cine), Blanco nocturno (2010) y El camino de Ida (2013).

También destacó como ensayista (Crítica y ficción, de 1986, mantiene hoy toda su potente lucidez) y leyó con pasión e inteligencia a los argentinos Roberto Arlt, Jorge Luis Borges, Rodolfo Walsh y Domingo F. Sarmiento. Además propuso estrategias en torno a Bertolt Brecht, Walter Benjamin y Georg Lukács.

En 1978 creó en Buenos Aires, junto a Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano y Elías Semán, la influyente revista cultural Punto de Vista. “Hizo pensar acerca de Roberto Arlt como nunca se había pensado antes”, dice Leila Guerriero, que lo considera “un maestro que nunca busqué, pero que me lleva a preguntarme muy seguido, cuando estoy escribiendo: ¿qué diría Piglia si leyera esto?”. Para ella, el trabajo de crítica que hizo Piglia fue, además de todo, generoso. “Era generoso de un modo exquisito y selectivo, sin manías, y conectaba a la gente, instando a algunos a hacer y también presentando a muchos, haciendo un celestinaje cultural soterrado”.

Como profesor de Literatura pasó por varias universidades. En Estados Unidos dio cátedra en Harvard y en Princeton. Durante varios años vivió entre el norte y el sur, y en 2011 volvió a la Argentina, en donde hizo un programa de televisión sobre Borges (Borges por Piglia) y adaptó también las novelas Los siete locos y Los lanzallamas, de Arlt. En la década de 1990 había escrito guiones para cine: Corazón iluminado (1996); La sonámbula, recuerdos del futuro (1988). De su novela La ciudad ausente hizo una ópera junto al músico Gerardo Gandini en 1999, y la estrenó en el Teatro Colón.

En los últimos años, además de publicar sus diarios con Anagrama, editó con sellos independientes: los ensayos La forma inicial (2015), Las tres vanguardias (2016), y el reciente Escritores norteamericanos. “Vi como 10 libros nuevos de él en los últimos años”, dice Guerriero. “Todos en editoriales independientes argentinas y mexicanas. Y eso es querer producir una conversación literaria que exceda la zona de prestigio. Es, también, valentía”.

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