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Tras una larga investigación que se fijó la meta de revisar todas las ediciones en lenguas indígenas que existen en bbiliotecas mexicanas, la investigadora Marina Garone Gravier logró concluirun estudio único sobre las tipografías coloniales y llegó a la conclusión de que la razón de ser de la llegada de la imprenta a América fue para la edición de libros en lenguas indígenas.

“La imprenta llega a América para producir libros en lenguas indígenas, no llega para otras cosas, después empiezan a producir otros géneros, inclusive literarios, principalmente material político. Eso es lo que determinó en mi obra la naturaleza específica o endógina de la producción mexicana particularmente, también por esa misma razón llega la imprenta al Perú. En otros casos tenían posibilidad de que autores mandaran a España o a Italia o Flandes a publicar ciertas obras”, señala la estudiosa del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM.

En su libro Historia de la tipografía colonial para lenguas indígenas publicado por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (Ciesas), Garone analiza más de 110 obras coloniales en 17 lenguas diferentes, e identifica y categoriza problemas tipográficos para la representación escrita de esas lenguas indígenas, las estrategias visuales de las ediciones bilingües y el uso de la imagen en esos documentos.

La también autora de Historia de la tipografía poblana (1642-1821) dice que esas ediciones fueron muy cuidadas porque los textos no se podían desviar de las verdades de la fe católica, ni contrariar a la Corona, y sólo las hacían en prensas locales.

“En el caso de México no se conoce a la fecha ninguna obra en lengua indígena que hubiera sido publicada fuera de territorio mexicano”, afirma.

Cuenta que en el caso de Perú, de Río de la plata y de Brasil, algunas obras sí se hicieron en Madrid, en Lisboa o en Roma, pero en el caso de lenguas mexicanas hasta ahorita no se conoce ninguna obra en lengua mexicana que hubiera sido impresa fuera de territorio mexicano, justamente por el cuidado del texto.

“Mi primer criterio fue tratar de rastrear prácticamente la totalidad de lo que hay en suelo mexicano; el segundo criterio fue trabajar exclusivamente con ejemplares en vivo y en directo, no trabajé microfilms, no trabajé digitalizaciones, es un estudio de material bibliográfico, de las características físicas de los ejemplares”, dice la autora.

El tercer criterio que tuvo fue tratar de rastrear la mayor cantidad de ejemplares por lengua. “Tuve la posibilidad de trabajar 17 lenguas mexicanas publicadas durante el periodo colonial, por supuesto que hay muchas más lenguas indígenas pero no todas se publicaron, la política lingüística colonial fue de lo que se llamaban las lenguas francas, es decir, la iglesia católica, y las autoridades escogían las lenguas habladas por la mayor parte de los hablantes, no tenían el concepto de hacerle un libro a una variante”.

Fue así que pudo determinar que las lenguas mayoritarias en las que se editó fueron el náhuatl, las lenguas mayences, el mixteco, el zapoteco, el otomí, el purepecha-tarasco y luego fueron decreciendo las lenguas menos habladas, inclusive de los grupos nómadas.

“En materia de lingüística histórica, éste es el trabajo más compendioso y de mayor variedad lingüística”, y muestra que una de las preocupaciones de las órdenes religiosas y de la corona española fue producir textos en lenguas indígenas.

El estudio obtuvo el Premio de la Cátedra Gonzalo Aguirre Beltrán a la mejor tesis en Antropología Social.

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