Tres preguntas ríspidas: ¿Es ético ayudar a morir debido a sufrimiento psíquico incontrolable e inmanejable? ¿Es “humano” ejercer el suicidio médicamente asistido en jóvenes? ¿Es ético o es contra toda moral que los doctores convencidos en la validez de la eutanasia la ejerzan en menores de edad o en adultos cuyo martirio no logran controlar mediante atención psiquiátrica, por medio de fármacos o terapia de electrochoques? Preguntas complicadas cuyas respuestas dividen a la población. Cuestiones necesarias en un mundo donde los avances de la medicina no son suficientes para curar o aminorar el dolor del padecimiento psíquico. La parafernalia farmacológica diseñada para tratar el dolor físico es más abundante y mejor que los remedios para amortiguar la devastación propia del sufrimiento mental resistente a todo tipo de terapias.

Las cuestiones previas, todas complejas, son propias de la ética médica y de la “ética de la vida y la muerte”. No admiten respuestas universales. Requieren, como en tantos bretes éticos, saber quién es quien solicita ayuda para morir, cuáles son sus motivos, cómo es su entorno íntimo, si existen o no instrumentos o fármacos para mejorar la situación, si el pedido se efectúa libre de presiones, si quien decide abandonar el mundo ha reflexionado varias veces en el asunto y si es competente desde el punto de vista mental. La suma de los enunciados previos significa conocer e individualizar a la persona, tarea compleja en un mundo líquido, despersonalizado, apresurado.

Hace pocos días la prensa informó que en Holanda los médicos ayudaron a morir a una joven de 17 años, víctima de abusos sexuales y violación. La agresión devino depresión, anorexia y sufrimiento intratables. Un día antes de morir, la joven escribió en su cuenta de Instagram: “Seré directa: en el plazo de diez días habré muerto. Estoy exhausta tras años de lucha y he dejado de comer y beber. Después de muchas discusiones y análisis de mi situación, se ha decidido dejarme ir porque mi dolor es insoportable”.

Despedirse del mundo no es sencillo. Hacerlo a los 17 años lo es menos. El último mensaje denota reflexión, madurez y convencimiento: la vida de la joven había dejado de ser vida y la desesperanza aunada al dolor psíquico y físico reclamaban morir. La muerte se había convertido en esperanza y la última morada en solución. Las personas que sufren suelen pensar la vida de otra forma. Al hacerlo, sobre todo por tiempos largos, entienden, tras dialogar con ellos mismos y sus seres cercanos, que morir es una opción válida y necesaria.

Noa sufrió agresiones sexuales a los 11 y 12 años. Cuando cumplió 14, fue violada por dos hombres en su ciudad. Nunca superó el trauma. Fue tratada por médicos expertos. La hospitalizaron en varias ocasiones e incluso fue internada durante seis meses por orden judicial; en ese centro fue inmovilizada y aislada para evitar que se lesionase. Tiempo después, debido al empeoramiento de la anorexia, fue internada en otro nosocomio donde se le colocó una sonda nasogástrica para alimentarla. Debido al imparable sufrimiento psíquico, Noa intentó suicidarse en más de una ocasión. Los intentos suicidas fallidos dejan una estela de daños profundos en quien lo intenta y en las personas cercanas. Ese intríngulis genera otras preguntas, ¿es lícito ayudar a morir a quien lo ha intentado y ha fracasado?, ¿es ético precipitar la muerte de suicidas que han fallado?, ¿tiene sentido que los médicos que estén de acuerdo en contribuir en esos casos se pronuncien al respecto en los colegios médicos y con sus pacientes?, ¿cuánto sufrieron los padres para validar la decisión de su hija?

El suicidio médicamente asistido siempre será controversial. Quienes lo favorecen han cavilado en los límites de la vida y la medicina. Cuando el sufrimiento psíquico es imparable y la medicina no puede hacer más, escuchar al enfermo y alejarse de dogmas políticos y religiosos es obligación. Noa: “Dejar de sentir dolor de una vez; no vivo desde hace mucho tiempo, sobrevivo, y ni siquiera eso”. Poco antes de morir escribió: “El amor es dejar marchar. En este caso así es”.

Finalizo como empecé: ¿es ético ayudar a morir por sufrimiento psíquico intratable, progresivo y devastador el cual destruye tanto a la víctima como a sus seres cercanos?


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