Chicago, Illinois.— Se dice que “el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones”, y no hay mejor ejemplo que las políticas populistas para probarlo.

Donald Trump juró que revitalizaría las manufacturas atrayendo capitales, empleo y progreso. Este presidente ha impuesto aranceles al acero, aluminio y agandalló a México y Canadá en la renegociación del TLC. No obstante, su embestida por “hacer Estados Unidos grandioso otra vez” está dañando a este país en formas que pocos anticipamos.

A fines de noviembre, la empresa General Motors (GM) anunció el cierre de cinco plantas automotrices y el despido de 14 mil empleados, justo el tipo de trabajos que se suponía que Trump atraería. Los cierres afectarán a los estados de Ohio, Michigan y Maryland.

¿Por qué GM tomó esta decisión a pesar de la agresiva retórica presidencial para retener esos empleos? Es una prueba de que la demagogia sucumbe a la realidad y es una muestra de la pérdida de competitividad de este país.

Los vehículos producidos en esas plantas no tienen suficiente demanda global, fenómeno que empeoró con los aranceles que Trump impuso a vehículos extranjeros. En respuesta, Europa y Asia impusieron aranceles compensatorios que cerraron mercados a los autos estadounidenses que de por sí no se vendían. Son consecuencias de la guerra comercial iniciada por este gobierno.

Ahora GM planea ahorrar 6 mil millones de dólares con esta reestructuración para prepararse ante, lo que considera es, una inminente desaceleración económica en EU. Por despiadado que parezca, la automotriz está tomando las decisiones financieras para mantenerse a flote y competitiva. Y una parte de los ahorros se invertirán en el desarrollo de vehículos eléctricos y autónomos —esos sí, los autos y el negocio del futuro—.

¿Por qué una compañía estadounidense lanza una profunda reconversión industrial para fabricar la nueva generación de vehículos? La decisión tiene que ver con los casi 29 millones de vehículos que se venden al año en China, el mercado automotriz más grande del planeta, que cuenta con estándares muy estrictos de emisiones y que, como ninguna otra nación, impulsa la electrificación de la transportación.

Considerando sus formidables capacidades, el mercado automotriz estadounidense vende 12 millones de vehículos menos que el de China. Por eso todas las armadoras trabajan para acceder al mercado chino, que ya deja sentir su influencia en el diseño de los vehículos que usaremos todos.

En contraposición, Trump redujo los estándares de rendimiento y eficiencia de vehículos establecidos en la administración de Barack Obama de 54 a 34 millas por galón de gasolina, y ha intentado eliminar los estímulos fiscales para quienes adquieren un auto eléctrico. Con una visión aldeana y miope el presidente ha pretendido doblegar la economía mundial con sus ideas absurdas. Sin siquiera comprenderlo, Trump está haciendo grandiosos a otros, pero no a los estadounidenses.

“¿Quieren vehículos cero emisiones?, los podemos fabricar”, dijo en entrevista un angustiado empleado que pronto perderá su trabajo en la planta de GM en Lordstown, Ohio.

Pero Trump, que prometió ayudar a gente como este trabajador, ha enfocado sus energías en confrontar en vez de establecer las condiciones para atraer prosperidad y oportunidad.

Que sirvan de alerta las primeras grietas de las políticas de Trump a naciones como México sobre las consecuencias del populismo. El agandalle no cambiará las dinámicas de mercado de la economía, ni la honestidad de un hombre garantiza la imposición del estado de derecho en una nación. En EU ya comenzamos a pagar las consecuencias del mal gobierno, sólo espero que este camino no sea compartido por México. Están a tiempo, si el nuevo gobierno comienza a actuar responsablemente.

Periodista

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