En el diseño de las dieciséis variables que en Grupo Consultor Interdisciplinario, S.C. (GCI) consideramos clave para definir el desenlace de la elección presidencial, hay algunas que, evidentemente, lastran el desempeño del candidato José Antonio Meade: la marca PRI, asociada a los peores usos del poder; el mal humor colectivo ante los escándalos por presunto tráfico de influencias y los decepcionantes saldos del gobierno del presidente Enrique Peña Nieto.

Pero otras variables podrían compensar esos estorbos, entre ellas: la fortaleza de la maquinaria político-electoral, la disponibilidad de recursos del aparato gubernamental (políticos, judiciales, financieros, etcétera), la estrategia de la campaña, y el mismo candidato. Sin embargo, esos potenciales “activos” están funcionando mal o en contra, lo que mantiene al candidato de la alianza Todos por México en un distante tercer lugar.

La maquinaria político-electoral se mueve torpe y erráticamente. Enrique Ochoa es visto por el priísmo como ajeno; sus decisiones y omisiones, lejos de fortalecer, debilitan al partido y al candidato; algunos priístas de cepa han abandonado al tricolor porque, dicen, les ha escamoteado las posiciones que habían ganado con su militancia y trabajo político; las listas de los plurinominales muestran los dados cargados para favorecer a mexiquenses y “hacendarios”.

Otra variable, que suele ser crucial: el candidato, está resultando disfuncional. El trato cálido, la inteligencia y la sencillez de Meade, no han sido suficientes para conectar con el electorado; los votantes lo perciben sin fuerza ni liderazgo; y los priístas dicen en corto que no lo sienten suyo. Para acentuar las deficiencias, los estrategas no han resuelto la contradicción entre un “ciudadano sin militancia partidista” postulado por el partido más desprestigiado del país y cuya oferta no es otra que darle continuidad al “proyecto” de Peña Nieto.

El aparato gubernamental dispone de un arsenal de recursos —legales e ilegales— que, como en el Estado de México, podrían hacer la diferencia. No obstante, su manejo torpe está consiguiendo resultados adversos. Tres decisiones recientes de la PGR han generado el repudio en distintos segmentos sociales: 1) la remoción de Santiago Nieto, titular de la Fepade, que pareció una manera de frenar sus investigaciones —por delitos propiamente electorales— relacionados con la empresa brasileña Odebrecht en una trama de corrupción y sobornos en el que habría estado involucrado Emilio Lozoya Austin; 2) la integración, con una rapidez insólita, de una carpeta de investigación contra el candidato de la coalición Por México al Frente, Ricardo Anaya, por presunto lavado de dinero; precipitación que contrasta con la lenidad en el abordaje de las más de 800 denuncias interpuestas por la Auditoría Superior de la Federación, muchas de las cuales han sido reforzadas por investigaciones de organismos de la sociedad civil como Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad y la publicación digital Animal Político, como la llamada “Estafa Maestra”; y 3) la decisión anunciada el 15 de marzo de no ejercitar la acción penal contra el ex gobernador de Chihuahua César Duarte, una verdadera provocación ante la densidad de las denuncias que lo exhiben con una voracidad sin límites.

Toda campaña ofrece una oportunidad formidable de posicionar al candidato. Sin embargo, casi todo parece marchar mal en el “cuarto de guerra” de Meade, de inicio, el amasijo de grupúsculos que, lejos de generar sinergia, parecen sumar ineptitudes: el “peñista”, liderado por el coordinador Aurelio Nuño; el del viejo priísmo mexiquense, que representa Eruviel Ávila; el de la tecno-burocracia hacendaria, encabezado por Vanessa Rubio, y el de un híbrido que no representa mucho, de Enrique Ochoa.

La fragmentación anterior se refleja, naturalmente, en la impotencia o incompetencia para formular algo cercano a una oferta político-electoral que desborde las cuatro palabras de un eslogan. Baste registrar la infeliz ocurrencia de proponer un gobierno que responda a las necesidades individuales de cada mexicano.

No sorprende, en consecuencia, que al agandalle en la asignación de candidaturas a gubernaturas y al Congreso de la Unión siga el deslinde de personajes de larga trayectoria, como el senador guanajuatense Miguel Ángel Chico Herrera y, apenas el jueves de la semana pasada, Canek Vázquez, uno de los hombres más cercanos a Manlio Fabio Beltrones, quienes habrían encontrado mejores condiciones en Morena.

La naturaleza de los errores, la insistencia en esa ruta de desvaríos y la incapacidad para admitir que las cosas marchan mal en la campaña de Meade, están angustiando a sus aliados en los poderes fácticos. De tal suerte que lo que hoy parece una deserción a gotas podría convertirse en estampida.

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.
@alfonsozarate

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