Luego de varias semanas dizque de reposo, en las que en los “cuartos de guerra” de los candidatos debieron revisar sus municiones y afinar la puntería, entramos ya formalmente al periodo de campañas. Es el momento de echar toda la carne al asador. El ancho número de electores que aun no decide su voto o lo oculta, se convierte en el objeto del deseo.

Las campañas permiten conocer con mayor precisión a los candidatos, sus equipos, sus alianzas y sus fortalezas, pero también sus puntos flacos. Todo cuenta para El Día del Juicio: los escenarios, la emoción del candidato o su falta de ella, el discurso y sus acompañantes, sus ofertas… Desgraciadamente, los ejercicios de contrastación que permitirían conocer mejor las trayectorias de los contendientes, se han convertido en guerras de lodo que pretenden convencer a segmentos del electorado no de quién es mejor, sino de que los otros son peores.

Ahora vendrán los debates obligatorios que organiza el INE y los que organizarán los medios, espacios que suelen afirmar las preferencias y sólo las mueven cuando hay knock out.

En los debates se centra una de las principales apuestas del Frente que postula a Ricardo Anaya, piensan que la capacidad discursiva del Joven maravilla, se impondrá. Pero en la coalición Todos por México, también le apuestan a los debates, piensan que la trayectoria y la solidez de las propuestas de Meade lo sacarán del penoso tercer sitio. Y está el puntero, López Obrador, aunque es cierto que no habla de corridito, apostará a ser el único que puede representar el hartazgo social y romper con un modelo que ha ignorado la extrema pobreza de anchas franjas de la geografía del país.

Una duda permanece: ¿el mero día de la jornada electoral permanecerán los candidatos en los sitios que hoy muestran los estudios de opinión, es decir, López Obrador adelante, seguido por Anaya y Meade en tercero? No necesariamente: no son excepcionales los casos de candidatos que arrancaron adelante y fueron desdibujándose a lo largo de la campaña. Quizás uno de los ejemplos más relevantes fue el de Carlos Castillo Peraza, quien compitió por la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal en 1997.

¿Qué factores contribuyeron a que Acción Nacional, el partido que parecía tener la Jefatura de Gobierno en la bolsa, se fuera al tercer lugar? Uno fue el candidato, Castillo Peraza era un hombre de pensamiento, un filósofo, pero no un hombre de acción y no logró conectar con el grueso del electorado. Quizás lo afectó también la integración de su equipo de campaña formado por muchos de sus paisanos yucatecos, que desconocían la abigarrada mezcla de culturas que conviven en la capital del país. En aquella elección, el candidato del PRD, Cuauhtémoc Cárdenas, sintetizó el repudio hacia las malas cuentas de los gobiernos priístas y ganó; desde entonces, la capital del país se asumió de izquierda.

Pero, más allá de sus diferencias ideológicas —no tan grandes en el caso de Meade y Anaya—, algo tienen en común todos los candidatos presidenciales: que la claridad con la que ubican los problemas que más lastiman a la sociedad, contrasta con la pobreza en sus propuestas de soluciones. Combatir la corrupción, reducir los índices de inseguridad, mejorar el desempeño de la economía, son hasta ahora planteamientos casi vacíos de contenido. Los asomos de estrategias resultan pobrísimos, habrá que ver si en estos días lograron armar propuestas inteligentes, viables y atractivas.

Los poderes fácticos van a moverse con mayor intensidad, ya lo están haciendo, también jugarán los intereses externos, no deberá sorprendernos que en los días previos al primer domingo de julio se divulguen expedientes secretos (ciertos o falsos) filtrados por alguna agencia de inteligencia de Estados Unidos.

Aunque la atención se centra en la elección presidencial, hay mucho más en disputa: la renovación total del Poder Legislativo federal, nueve gubernaturas y muchos ayuntamientos y Congresos locales. El resultado puede modificar radicalmente el mapa político del país.

Es de lamentar que estén en juego dos modelos fracasados: el del “desarrollo compartido” de Luis Echeverría y el que se impuso hace más de 30 años y que sólo ha funcionado para un segmento de la sociedad y una parte del territorio nacional.

¿De qué modernización le puede hablar la tecnoburocracia a los millones de pobres y miserables de Chiapas, Guerrero, Oaxaca…? ¿Es que no es posible imaginar un modelo de desarrollo —no de crecimiento—, que remueva los cimientos de un país que no ha acertado a construir las condiciones para todos?

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.
@alfonsozarate

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