Discuto cotidianamente con mi amigo Pablo Majluf sobre el liberalismo. Él insiste en que hace falta repensar el liberalismo y creo que tiene razón. Nuestra diferencia reside en el punto de partida. Yo considero que al liberalismo le hace falta reconsiderarse desde una perspectiva eminentemente electoral. Es decir, como el partido liberal canadiense en su etapa clásica, vale decir la fuerza política dominante de aquel país durante el siglo XX. El liberalismo como una forma de organización política concreta y no como una gran teoría sobre el mundo, la interpretación histórica, los modelos econométricos o la batalla ideológica de los debates universitarios. En otras palabras, el liberalismo como práctica política y su relación directa (o la triste ausencia de ella en el mundo contemporáneo) con el poder. Lo primero es entender y tratar de dar respuesta la tensión central subyacente en el liberalismo. La primacía del individuo y sus preocupaciones personales se opone a la organización colectiva para ganar elecciones y tomar el poder. Ningún individuo por sí mismo puede llegar al poder, requiere el apoyo de una o varias organizaciones. La teoría dice que esto se resuelve con ciudadanía y nos ha llevado al disparate de los candidatos ciudadanos o independientes. La realidad dicta otra cosa y es que no existe ni ha existido jamás una democracia liberal sin partidos políticos.

La fortaleza original del liberalismo, por lo menos en el caso británico, es que no se trataba de una teoría inventada por uno o varios pensadores para explicar el mundo. Más bien era una práctica cotidiana, sustentada en aspectos empíricos, que luego se volvió una formulación teórica. Las prácticas de comercio abierto, convivencia tolerante, plural y deliberativa se volvieron teoría, no al revés.  Por tanto, un talante liberal correspondiente con el mundo contemporáneo empezaría por observar las prácticas diarias de los pueblos con costumbres liberales, no por imponerles una teoría. A diferencia del cristianismo o del marxismo, que le imponen una moralidad imposible a los seres humanos, el liberalismo observa las conductas recurrentes y en función de ellas postula una fórmula política. En el estudio de la ley esto se conoce como derecho consuetudinario, en oposición a las recetas legales prescriptivas. No vamos a cambiar la realidad con teorías, más bien requerimos teorías que nos expliquen el funcionamiento real del planeta. Solo entonces podríamos pensar en cambiarlo.

¿A qué viene todo esto? Los liberales mexicanos esperan que la ciudadanía salga masivamente a votar en favor de Xóchitl Gálvez (hasta número le pusieron 65%) y supuestamente, así ganará la elección presidencial. Esto no sucederá, es un supuesto teórico sin sustento en las prácticas reales de México. Lo que hace falta es organizar una movilización liberal para llevar a la gente a las urnas el día de las elecciones. Sin movilizadores no se ganan elecciones. Tampoco podemos esperar que la autoridad electoral, el INE y el Tribunal, tan maltrechos y desgastados, garanticen imparcialidad en las casillas. Es impostergable (ya vamos tarde) organizar el reclutamiento de representantes en las casillas para la jornada electoral. ¿Cómo es posible que los partidos y la campaña misma de Gálvez no tengan una línea para lograr esto? El desempeño de Xóchitl Gálvez ciertamente fue muy bueno en el último debate, pero de nuevo, creer que los debates ganan elecciones es una teoría sin sustento empírico. Las elecciones se ganan llevando al votante a las urnas y salvo momentos históricos excepcionales, éste no acude por cuenta propia. Los liberales mexicanos tienden a despreciar la movilización electoral pues la asocian con el corporativismo priista del siglo pasado. De nuevo, un error empírico. La movilización electoral en las jornadas de votación existe y existió en todo el mundo democrático. Piense usted en Tammany Hall del partido demócrata en Estados Unidos, los sindicalistas en el partido laborista británico o más cerca de nosotros la estructura electoral de los marchants y bénévoles de Emmanuel Macron en su primera elección presidencial. Los ejemplos internacionales ahí están. Es cosa de tener la disposición y el interés por estudiarlos. Para eso, insisto, hay que empezar por ver el funcionamiento de la realidad y no por querer imponerle una interpretación acorde con nuestros prejuicios.

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