En aquellos días de reyes y reinos, los súbditos vivían al acecho de la hambruna y la guerra, a veces la primera era consecuencia de la segunda, pero en otros casos la guerra estallaba a punta de hambre, enfureciendo al poderosísimo monarca que, desde su Palacio, ordenaba a su ejército inmediata acción contra esos miserables traidores, rebeldes, opositores.

Reyes coronados de divinidad y vanidad vivían operando para defender su corona de los “vulgares ambiciosos” y claro, llenarse de gloria perpetuando a su descendencia en el trono, sin embargo, tan nobles intensiones casi siempre implicaban armas y sangre. Montando corceles de leyenda y vestidos de armaduras brillantes, ofrecían a sus guerreros y súbditos la estampa casi divina de su alteza real convertido en jinete y cuerpo celeste emisor de luz, que les dirigía un mensaje atestado de todas esas palabras que encienden ánimos y pasiones, ofreciéndoles (también) la gran y honorable oportunidad de ser destazados, decapitados o aplastados en el campo de batalla, con la bendición, claro, de hacerlo por el rey. Pobres y cándidos soñadores, víctimas de su propio artificio, ahí en el campo de batalla o en sus camas doradas y esponjadas de pieles, morían pensando que las victorias militares eran glorias personales, se despedían del mundo y su corona sin siquiera suponer que los hombres no luchan por otros hombres, los hombres luchan ¡por la tierra! ¡la tierra de la que se alimentan sus vivos y descansan sus muertos!

El pasado domingo, hombres y muchísimas mujeres se concentraron en el Zócalo de la capital del país, ondearon banderas de México y alzaron la voz para defender a la institución que ha organizado las elecciones que nos han permitido probar rojo, azul y también tinto. Ejercicios operados y supervisados por todo aquel ciudadano llamado a fungir como funcionario de casilla; sospecho que ninguno ha ofrecido su tiempo y esfuerzo por Lorenzo Córdova, y estoy segura que los congregados frente a Palacio Nacional tampoco lo hicieron por él, por Claudio X y ¡menos! por algún dirigente de partido político, ¿quiénes eran los oradores? ¿marchó una señora que se llama Josefina Vázquez Mota? ¡Claro! No faltaron los oportunistas que hasta su bandera del PRD cargaron, y es que era imposible pasar al contingente por un cernidor de la moralidad cuatroteista y así definir la calidad de la marcha, también fue imposible definir el número total de asistentes, pues la cifra partió de 100 mil reportados por la autoridad para luego retractarse y también acarició los 500 mil presumidos por los organizadores. Lo que si podríamos adivinar es que los ciudadanos ya no son aquellos que permitieron al PRI ocupar la presidencia por casi 80 años, y a Bartlett robar el triunfo a Cuauhtémoc Cárdenas en el 88, tampoco son los que callaron cuando a ese mismo figurín de la vergüenza se le nombrara director de la CFE en el 2018.

Perdida entre la mancha rosa de manifestantes, una pequeña cartulina le gritaba al cielo: “AMLO SE VA, EL INE SE QUEDA”, tal vez éste pequeñito recordatorio es la espina envenenada que corroe las entrañas de Palacio Nacional.

Sin candidato, sin mesías y sin discurso agitador que ofreciera culpable a todos los males, los mexicanos congregados hicieron vibrar la Plaza de la Constitución, y no se trató de vítores a un individuo; en el corazón del país retumbó el Himno Nacional.

Después de todo, tal vez el Presidente empieza a sospechar que México seguirá siendo México después de él, que la bandera seguirá ondeando en las plazas y que seguiremos entonando “Mexicanos al grito de guerra…”

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