Tan lastimadas e ignoradas, han tenido que arrojarse a los caudales del horror, con sus propias manos van hurgando en montañas de basura y pastizal, siempre con la esperanza de arrancarle a la tierra un puñado de huesos, para abrazarlos, bañarlos en lágrimas y al mecer de una madre que arrulla susurrar: “Hijo, hija, ya estás en casa”.

Sólo ellas saben cuántas espinas han desgarrado sus pies, sólo ellas encuentran caminos en la más negra oscuridad; es la búsqueda que sólo emprenden aquellos que ya lo perdieron todo, ¿quién más desafiaría a la nueva autoridad?, a la que decide quién vive y quién muere, ¿quién más? Una madre extasiada de dolor camina sola por el pantano de la muerte en la búsqueda de un hijo perdido, son ellas las que reúnen el valor del que carecen los otros, los electos, ungidos y uniformados.

Aquí, los criminales gozan de libertad, voz y pleno respeto a sus derechos humanos, tienen altos defensores, pero la vida de un joven, de una mujer, de momento a otro se reduce a huesos perdidos en la miseria de la indolencia, carne putrefacta apilada en un anfiteatro de alguna fiscalía dirigida por personajes que caben enteros en la dimensión y capacidad de un roedor.

Mujeres, jóvenes, padres, hijos, todos rasgan sus gargantas gritando por auxilio; marchan y se plantan en despachos y plazas públicas, pero ahí nadie escucha, nadie ve, nadie siente. Desagradable claridad de nuestro destino: el ciudadano ruega por el más básico de sus derechos, madres suplican por la localización de cadáveres, y allá, en los más altos estrados, individuos embelesados de sí mismos, haciendo de la pobreza un arma y del disentimiento un insulto; ¡pobres de los pobres! ¡Pobres de las mujeres! ¡Pobres de los niños!, nunca estuvieron más solos y desprotegidos que en estos tiempos de gobiernos humanistas, una beca no sana, no protege, tampoco educa, sólo los condena a una supervivencia sombría, de muerte, violencia y dependencia.

Salud y seguridad son asignaturas reprobadas, desaciertos que se volvieron tragedia y que exhiben a la autoridad y su desprecio por la vida; situación desestimada sólo por ellos, pues allá afuera, donde el tiempo tiene otro ritmo y valor, observan con asombro la transformación de un país de gobierno baldío. El pasado lunes Volker Türk, alto comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, lamentó la falta de firmeza de la autoridad mexicana en el combate a este crimen, apuntó desinformación e insensibilidad de funcionarios. Son cinco años desde que entró en vigor la Ley General en materia de Desaparición forzada en México, periodo en el que se duplicó la cifra de desaparecidos, saltando de 47 mil a cerca de 110 mil casos denunciados formalmente, de ellos, son procesados entre 2% y 6% y sólo se han logrado 36 condenas en el país.

Podemos reposar en la tristeza y sólo esperar a que el terror desaparezca, así nada más, como desaparecen a diario las personas, pero la paz no conoce de atajos, y barbarie como ésta exige más que un espejismo de transformación. Nadie olvidará a la más perseverante oposición que como gobierno también fue oposición; todos los días se opone a la vida, a la libertad, el desarrollo, a la justicia...

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