De acuerdo con la Constitución española, corresponde al jefe del Estado, el rey Felipe VI, proponer al “candidato a la presidencia de gobierno” tras la renovación del Congreso de los Disputados como resultado de elecciones generales. Al momento de escribir esta columna acaba de comenzar la ronda de consultas entre el rey y las formaciones que han conseguido representación parlamentaria. Tradicionalmente ha sido un proceso protocolario, libre de controversias, en el que el monarca en turno se ha limitado a seguir el mandato de los electores. Así ha sido porque, en el pasado, la primera fuerza había obtenido la mayoría necesaria para conseguir la investidura, tenía las mayores posibilidades de lograrlo mediante acuerdos con otras formaciones o el ganador había declinado (Rajoy en 2016). Este no es el caso de las elecciones celebradas el 23 de julio pasado.

El Partido Popular (PP) fue la lista más votada pero obtuvo mucho menos escaños que los que su líder, Alberto Núñez Feijóo, esperaba y muchas encuestas proyectaban. El pacto entre PP y el muy disminuido partido franquista Vox, que muchos anticipaban, no alcanza la mayoría necesaria para gobernar y otros partidos pequeños se han negado a formar parte de una coalición de ultraderecha. Los acuerdos entre PP y Vox en ayuntamientos y gobiernos comunitarios resultaron “el beso del diablo” para los Populares, movilizaron al electorado español para frenar a la extrema derecha y han cerrado las rutas para que Feijóo logre la mayoría, más estrechas aún como resultado de su reciente distanciamiento del partido franquista. En contraste, aunque de manera muy tortuosa y con enormes concesiones a los partidos independentistas catalanes, el PSOE sí podría lograr la mayoría necesaria. La holgada elección de una legisladora Socialista como presidenta del Congreso de los Diputados el jueves pasado, con el apoyo de ambos partidos independentistas, fue un importante y simbólico paso en esa dirección. Desde luego, la estabilidad de un gobierno como el que podría encabezar Sánchez sería motivo de otra discusión.

Así las cosas, el rey Felipe podría seguir la “tradición”, encargar a Feijóo la conformación del gobierno y esperar a que el tiempo se agote (dos meses desde la primera votación de investidura) antes de que sea necesario convocar nuevas elecciones o bien, relevar al líder del PP de la responsabilidad después de un predecible fracaso en las votaciones de rigor y dar paso al presidente en funciones, Pedro Sánchez. Por más que fuera fallida, una votación de investidura de Feijóo dificultaría los pactos al PSOE, acortaría los tiempos y permitiría al PP posicionarse de mejor manera en caso de una repetición de las elecciones.

¿Hay otras opciones? Jefes de Estado de otras monarquías parlamentarias europeas han encargado a líderes de una fuerza política distinta a la primera la conformación de un gobierno por considerar que habría mayores probabilidades de éxito. La Constitución española da amplios márgenes y, como otros monarcas, el rey Felipe VI también podría encargar la tarea directamente a Sánchez, a pesar de los deseos de Feijóo, con lo que se incrementarían las posibilidades de que se logre la investidura dentro del plazo previsto.

Ambas alternativas acarrean consecuencias políticas serias y ninguna está libre de controversias, una porque implica ceder ante las presiones del PP y la otra por romper con la “tradición”, pese a que la actual es una situación sin parangón por lo apretado de los resultados. En caso de optar por Sánchez habría, en efecto, tensiones entre la Casa Real y la derecha monárquica, pero estas serían pasajeras. El jefe de Estado español habría hecho todo lo que estaba en sus manos para evitar la repetición de las elecciones. La “audacia” casi republicana del rey sería muy bien recibida en diversos sectores de la sociedad española y, en particular, por una izquierda relativamente distante de la monarquía y que, de vez en cuando, retoma las discusiones sobre su pertinencia, particularmente en pleno siglo XXI. En otras palabras, más allá del resultado, en caso de que proponer a Pedro Sánchez como jefe de gobierno sin más rodeos, el rey Felipe II podría generar, quizás por muchos años, una buena disposición con él y la Casa Real entre los escépticos de la monarquía.

Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos

@amb_lomonaco

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