La pandemia nos ha enseñado a vivir con incertidumbre . Nuestras rutinas más acabadas se han dislocado y vivimos día a día atentos a la evolución de las cifras de contagio, hospitalizaciones y defunciones . Sabemos que de ellas depende el futuro inmediato del país y el propio.

Certezas tan elementales como el lugar de trabajo, la asistencia de niños y jóvenes a la escuela, o la simple posibilidad de salir a la calle, han desaparecido. La seguridad en el empleo es ya un lujo del que disfrutan unos pocos. Incluso el empleo público, históricamente asociado a la estabilidad laboral, se ha visto sacudido en los últimos años. La reorganización de la economía ha generado nuevos ganadores, pero también nuevos perdedores, sectores que crecen a dos dígitos y otros que van en caída libre.

La incertidumbre asociada a la pandemia, sin embargo, solo vino a magnificar la incertidumbre generada por el inicio de una nueva administración. Así, la incertidumbre natural de todo cambio de gobierno se acentuó con los pasos hacia un cambio de régimen que se han dado desde entonces. Desde 2018 el país ha estado bajo una tormenta de incertidumbre. Desafortunadamente, este es un contexto muy poco alentador para la inversión y el crecimiento económico. Encuesta tras encuesta, de los especialistas del sector privado (Banxico), arroja que la incertidumbre en la economía y la política son los principales obstáculos para el crecimiento económico de México.

Los individuos tenemos un bajo umbral de tolerancia hacia la incertidumbre. Por ello es que se ha recurrido históricamente al desarrollo institucional para hacerle frente. Nuestras leyes, tratados comerciales, la autonomía del banco central o del instituto electoral, son mecanismos que buscan reducir la incertidumbre en nuestra vida pública. Como ha señalado Jack Knight, las instituciones proporcionan información sobre 1) las sanciones cuando no se cumplen las reglas y 2) el probable comportamiento futuro de los actores políticos o económicos ( Institutions and Social Conflict) . Por ello situaciones de cambio de régimen, o intentos de transformación como el que se vive actualmente, aumentan la incertidumbre de los actores políticos, empresarios, inversionistas, pero también de los ciudadanos.

La manera en que los ciudadanos enfrentan la incertidumbre tiene repercusiones políticas importantes. Por lo general, la evitan. Los votantes votan más por los candidatos más conocidos, rechazando a las nuevas caras o a los partidos que representan mayor incertidumbre. La frase de “más vale malo por conocido que bueno por conocer” refleja la opinión de un elector que rechaza la incertidumbre.

Tradicionalmente, los partidos gobernantes representan la opción conocida o menos riesgosa. Es una ventaja que tienen sobre la oposición. Hay un sesgo a favor del statu quo y la continuidad. Contextos como el actual, sin embargo, en el que predomina un deterioro económico severo conducen a los ciudadanos a votar en contra del partido gobernante. Además, un peligro mayor para Morena es que sus intentos de cambio de régimen, al contribuir a una mayor incertidumbre económica y política, lo empiecen a colocar en la categoría de alto riesgo político para un sector importante del electorado.

Las campañas negativas precisamente abrevan en la intolerancia ciudadana al riesgo. Como atestiguamos en 2006, la asociación de AMLO con Chávez buscó explotar la incertidumbre que una victoria de aquél traería para el país. En 2018 el enojo con el PRI y Peña Niet o simplemente eclipsó toda posibilidad de éxito para una campaña negativa similar. De hecho, la campaña negativa se centró en Anaya .

La interrogante es si, en el contexto actual de gran incertidumbre, los ciudadanos mirarán en el futuro con mejores ojos las opciones que les representan seguridad y estabilidad. Pronto lo descubriremos.

Twitter: @jblaredo

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