Las batallas campales han encontrado, desde hace unos años, un nuevo escenario ideal. Atrás quedaron los espacios de combate tradicionales, hoy las luchas más intensas se viven en la aparente seguridad del timeline. Es ahí, en la página de inicio de nuestro perfil en redes sociales, donde amistades de años se ven súbitamente deshechas solo tras verter una opinión o donde grupos de completos desconocidos se enfrascan en peleas de una violencia verbal alarmante.

Todos los días, el conflicto domina la conversación. Y si la adicción a las redes es ya un problema social ampliamente reconocido, quizá debiéramos dar un paso más y preguntarnos si una adicción generalizada al conflicto pudiera ser también un motivo de preocupación.

En LLYC nos lanzamos a estudiar este tema a través del uso de técnicas de Inteligencia Artificial y procesamos más de 600 millones de mensajes publicados en redes sociales en 5 años en más de doce países, para medir qué estaba ocurriendo con la polarización. Los resultados son, por lo menos, preocupantes

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El nivel de polarización de la conversación social ha crecido casi un 40% en los últimos 5 años en Iberoamérica. Además, trabajando con psicólogos y neurocientíficos, descubrimos que la polarización provoca efectos cognitivos similares a los de una droga, tales como la pérdida de control, la absorción mental o la alteración grave de nuestro funcionamiento como seres humanos. Pero, a diferencia de la adicción a otras sustancias, en este caso se trata de una droga oculta y normalizada en nuestra vida cotidiana. Una droga que consumimos cada día, sin saberlo.

Nuestro estudio The Hidden Drug confirma lo que es palpable en cada scrolling: cada vez se escucha menos a quien piensa distinto, y cada vez nos enganchamos más con quien alimenta el rechazo al otro. Y es que esta adicción al conflicto se caracteriza por un mayor disenso y una menor interacción: nos alejamos más, al tiempo que disminuye nuestra voluntad de escucharnos. La polarización suspende temporalmente nuestro juicio y empatía. Se trata de una expresión sutil, pero poderosa, de la violencia y su normalización en la cotidianeidad. Pero sobre todo, de una negación del otro y sus opiniones.

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han ha pensado la contemporaneidad con la idea de que es necesaria una desaceleración y un descanso colectivo. Para este pensador, “la escucha tiene una dimensión política. Es una acción, una participación activa en la existencia de otros, y también en sus sufrimientos. (...) Hoy oímos muchas cosas, pero perdemos cada vez más la capacidad de escuchar a otros y de atender a su lenguaje y a su sufrimiento”.

Mi deseo para el año que empieza es que asumamos la responsabilidad, como individuos y desde nuestros ámbitos de influencia, de crear espacios donde el cultivo de la empatía nos permita disentir y discutir desde el respeto. Que la escucha activa nos ayude a desengancharnos de esta generalizada adicción al conflicto.

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Socio y Director General de la Región Norte de América Latina de LLYC

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