Los idilios salvajes es el tercer tomo que Guillermo Sheridan dedica a la biografía de Octavio Paz. Enfocado al vínculo entre la poesía y la vida, el autor nos previene: Mi ánimo es calibrar la luz que los poemas y la vida arrojan sobre su mutua redacción: la vida como escenario donde el poeta, viviendo, actúa su pensamiento poético.

El tema que le interesa a Sheridan se sujeta a la poética esencial del propio Paz: el amor, la sexualidad y el erotismo como sentido último de la existencia; la “feminidad eterna” como fuente y destino de su búsqueda y la escritura poética como cifra y desciframiento del mundo. Desde el inicio, la voz del autor se adentra en el fulgor poético de la escritura de Paz y explica el arduo camino del amor que Paz recorrió hasta 1965.

El lugar preeminente en la poesía de Paz está asignado a la mujer, centro sagrado de su personal fe religiosa. Tanto la maternidad como el erotismo constituyen para él zonas propicias para la creación. De la teoría del amor como expectativa de “la desconocida”, y luego de un análisis de lo maternal, Sheridan realiza un recorrido por la turbulenta relación del poeta con Elena Garro y profundiza en ella a la luz de su lírica, pero también basado en un exhaustivo análisis de la correspondencia que mantuvieron entre 1935 y 1943, en la que son visibles el deseo, la curiosidad, el miedo y el asombro.

Otro aspecto revelador de Los idilios salvajes es la relatoría de la estancia de Paz en Estados Unidos a mediados de los 40; la frustración que le provoca estar inmerso en una burocracia que lo inutiliza, al tiempo que su matrimonio con Garro cae en la monotonía. Identificando ese tránsito con el nombre burlón que le dio el propio Paz, el “Periodo Berkeley”, Sheridan nos muestra poemas-hiatos, vagabundos, donde las voces son ecos, las imágenes borraduras y los recuerdos amnesias. Es también en esta etapa en la que Paz y Garro descubren la naturaleza de su incompatibilidad que, paradójicamente, radica en sus respectivas ambiciones artísticas y sus temperamentos intelectuales. A esta revelación se suma un creciente desencanto que los lleva a aceptar un “matrimonio abierto” que, desde luego, nunca funcionó.

Una aportación fundamental de este libro radica en que, por primera ocasión, se analiza su idilio, no menos “salvaje”, con la italiana Bona de Pisis, mismo que le significó una resurrección amorosa, un nuevo aliento para su espíritu lírico y una nueva brutal decepción. El resultado de esta renovación, nos dice Sheridan, puede leerse en “Piedra de sol”, poema nudo sobre el que escribe un ensayo revelador.

Bona y Paz reconocen su enamoramiento una noche de mediados de 1958 y se proponen actuar en consecuencia, aunque ello implique tomar decisiones dolorosas, pues ambos estaban casados. Las cartas de Paz a su nuevo amor, que Sheridan registra, son deslumbrantes y están plagadas de alusiones eróticas y emocionadas. La peripecia marca el destino de los enamorados quienes, pese a vivir juntos en París, y luego en la India, terminaron en 1964 su historia en una triste fiesta de “fantasmas” en la que participaban otros amantes de ella, su exesposo André Peyre de Mandiargues y el pintor Francisco Toledo. Más allá de los episodios novelescos y de los dramas familiares, el libro es fiel a su premisa: apreciar la forma en que esas pasiones se convirtieron en poesía.

La tenacidad crítica de Sheridan nos tiene deparada una última entrega, los años de 1964 a 1998, periodo final de la vida y la poesía de Paz, ambas de la mano de “la desconocida encarnada”, Marie José Tramini. Si, en palabras de Paz, el poeta es el inventor de su propia existencia, de su propia figura y de su propia imagen, son libros como éste los que nos permiten arrojar cierta luz sobre los cimientos de ese complejo andamiaje.

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