Texto: Carlos Villasana y Ruth Gómez.

Fotografía actual: Gabriel Barajas.

Diseño web:

Miguel Ángel Garnica.

Como habitantes de la capital solemos oír que cada año la ciudad “se hunde”. Algunos escuchamos este término por primera vez en la escuela, muchos otros con la familia o dando un paseo por sus sitios turísticos pero al ser un acontecimiento un tanto imperceptible, la información queda en el aire.

El hundimiento ha sido parte de la ciudad desde la época prehispánica, cuando los aztecas decidieron erigir sobre lagos la capital de su imperio; decisión que los benefició en cuanto a la defensa del territorio en situaciones bélicas, pero que también dieron origen a ciertos problemas que han superado los periodos históricos: las inundaciones, la falta de agua potable y el hundimiento de la capital, por lo que se vieron forzados a construir represas que les permitieran desaguar la cuenca del Valle de México y así poder elevar el nivel de la ciudad acumulando tierra.

El nivel de sofisticación con el que estaba planeada y distribuida la gran Tenochtitlan se ganó la admiración de los colonizadores y como era su costumbre, decidieron construir sobre ella la capital del “Nuevo Mundo”, tomando sus escombros como cimientos para grandes palacios, oficinas, iglesias, casas y comercios.

La ciudad se hunde... y nosotros con ella
La ciudad se hunde... y nosotros con ella

Representación de Tenochtitlan. Crédito: “Catedral Metropolitana. Hundimiento y Recate”, UNAM.

Para lograrlo, lagos y ríos fueron desecados y reemplazados por calles, lo que acentúo una de las características más longevas del subsuelo de la ciudad: ser altamente deformable, lo que en un futuro sería un gran problema para las construcciones de gran tamaño.

La deformabilidad del subsuelo se refiere a que después del proceso de desecación de los lagos, una capa de arcilla sumamente elástica quedó al fondo, lo que la hacía proteger las edificaciones y tener resistencia ante los sismos, sin embargo, con el paso del tiempo, los cambios climáticos y la sobreexplotación de los mantos acuíferos, han ido debilitando dicha propiedad.

Como era de esperarse, la urbe se fue expandiendo y por ende más gente empezó a vivir en ella, lo que demandaba servicios y viviendas. Los gobiernos de las diferentes etapas de la vida nacional fueron otorgando -y propiciando la evolución- de los servicios básicos, pagando el precio que el crecimiento de una ciudad conlleva: la explotación de la naturaleza en búsqueda de agua, petróleo, gas o azufre para la satisfacción económica y social de un país.


El fenómeno del hundimiento

De acuerdo con el Instituto de Ingeniería de la UNAM “a partir del año de 1847 (...) la necesidad de abrir nuevos pozos artesianos, para abastecer agua, se hizo cada vez mayor y con el tiempo se agotaron muchos de los manantiales que se tenían en ese entonces. Como consecuencia los hundimientos se empezaron a hacer notables en la superficie del suelo y muchas estructuras fueron dañadas, varios edificios, el sistema de drenaje, casas, etc”.

Sin embargo, fue hasta el siglo XX que se iniciaron investigaciones exhaustivas al respecto, para comprenderlo y de alguna manera contrarrestarlo; los primeros resultados arrojaron que la ciudad se hundía poco más de 10 centímetros al año en las zonas más afectadas por la extracción desmedida de agua. Hoy, las cifras que da la UNAM son apabullantes: van de 30 a 80 centímetros dependiendo del sitio.

La condición del subsuelo citadino ha llevado a que el país se destaque por la creatividad de sus ingenieros, siendo Manuel González Flores uno de los más importantes. El sitio oficial de la Sociedad Mexicana de Ingeniería Geotécnica, explica que González Flores inventó:

“El Pilote de Control, que sirve para cimentar o recimentar edificios en terrenos tan heterogéneos y deformables como el de la ciudad (...) Teniendo en cuenta que los pilotes son fijos, el edificio puede bajar o subir con respecto a ellos y es posible hacer descender un edificio al quitar la carga que soportan los pilotes, o subirlo si se pone un gato hidráulico entre el puente y los pilotes. (...) Por medio de este procedimiento ideado por el ingeniero Manuel González Flores, ha sido posible desde 1950, cimentar y recimentar más de 600 edificios, bajándolos, subiéndolos o enderezándolos.” Este invento fue patentado y reconocido a nivel internacional, siendo utilizado hasta la fecha.

El hundimiento es un proceso paulatino y justo por eso tarda mucho tiempo en ser evidente, pero ha sido visible en algunos de los monumentos más importantes y famosos del país, como la Catedral Metropolitana, Bellas Artes o el “Ángel de la independencia”, también en plazas, conventos o calles, como la de la Santa Veracruz, el Ex-Convento de Capuchinas y la propia Calle de Madero; cuando la mayoría de ellos empezaron a arrojar cifras entre los 2 y 7 metros de desnivel.

La ciudad se hunde... y nosotros con ella
La ciudad se hunde... y nosotros con ella
La ciudad se hunde... y nosotros con ella
La ciudad se hunde... y nosotros con ella

Una toma de la Casa de los Azulejos sobre la calle de Madero en la década de los 70 del siglo pasado. La calle y la casa se encontraban al mismo nivel que la plaza del edificio Guardiola, actualmente para acceder a este último se tiene que subir una escalinata que cubre parte de la vista de los azulejos como se observa en la segunda imagen.

La ciudad se hunde... y nosotros con ella
La ciudad se hunde... y nosotros con ella
La ciudad se hunde... y nosotros con ella
La ciudad se hunde... y nosotros con ella

El antiguo Colegio de las Vizcaínas en el Centro Histórico, en una toma desde la esquina de las calles Vizcaínas y Aldaco, se observa el hundimiento del edificio a través de los años sobre la calle de Vizcaínas, parte de la base de la construcción ya se encuentra por debajo del nivel de la calle.

La Catedral Metropolitana tuvo su primera intervención contra el hundimiento en 1929, cuando el gobierno solicitó a los arquitectos Manuel Ortiz Monasterio y Manuel Cortina elaboraran un estudio sobre los daños que el tiempo le había dejado. Esta evaluación fue la primera que se hizo a un monumento con la intención de revertir los detrimentos provocados por el subsuelo.

Fue hasta hace cuatro años que la Catedral pasó por un largo -y merecido- proceso de nivelación y restauración, ya que por el peso de su construcción y las características del terreno donde se erigió llegó a tener un desnivel de 2.4 metros entre su torre poniente y el ábside.

La ciudad se hunde... y nosotros con ella
La ciudad se hunde... y nosotros con ella

Gráfico que elaboró el Instituto de Ingeniería de la UNAM para ejemplificar el desnivel que presentaba la Catedral previo a su segunda intervención. Crédito: “Catedral Metropolitana. Hundimiento y Recate”, UNAM.

En el caso de otros monumentos, su desnivel se observaba porque se presentaba una línea igual de inclinada que en la gráfica anterior a plena vista o porque se empezaron a añadir escalones -ya fuera para subir o para bajar- para que pudieran seguir conectados al nivel de las calles de la ciudad.

La ciudad se hunde... y nosotros con ella
La ciudad se hunde... y nosotros con ella

Toma comparativa del Ex-Convento de las Capuchinas entre 1978 y 1979. Se reportó que la estructura había sufrido un hundimiento de casi 3 metros y que su tiempo de restauración fue casi un “récord”. Colección Villasana - Torres.

La ciudad se hunde... y nosotros con ella
La ciudad se hunde... y nosotros con ella
La ciudad se hunde... y nosotros con ella
La ciudad se hunde... y nosotros con ella

La Plaza Santa Veracruz estaba a nivel de la calle a inicios del siglo pasado, en la actualidad se accesa a ella mediante una escalera que va hacia abajo, dejándola como una plaza un tanto escondida y aislada, por lo que se ha convertido en un sitio donde duermen vagabundos y donde hay un penetrante olor a orina y basura. Colección Villasana - Torres.

La ciudad se hunde... y nosotros con ella
La ciudad se hunde... y nosotros con ella
La ciudad se hunde... y nosotros con ella
La ciudad se hunde... y nosotros con ella

El Palacio de Bellas Artes también se ha hundido, hasta los años setenta seguía al nivel de calle. En la primera imagen el área -hoy hundida- fungía como estacionamiento. A pesar de que actualmente el Eje Central corre a su nivel, el hundimiento del coloso de mármol es evidente en su costado derecho -viéndolo de frente- pues se ha hecho una escalinata que conduce hacia abajo, imagen dos. Colección Villasana - Torres.

Le mostramos estas fotografías a algunos de los transeúntes, muchos de ellos no percibían el cambio hasta que les enseñábamos cómo lucían los alrededores de las zonas en épocas anteriores y se impresionaban. En nuestro pequeño sondeo, la mayoría de la gente mencionó que seguramente el hundimiento se debía al peso de las construcciones, mientras que otros decían que “como todo aquí, han de haber estado mal planeados”.

La sobrepoblación afectó a la capital de manera directa ya que, como lo mencionamos anteriormente, el abastecimiento de agua potable siempre ha sido -y parece que siempre será- el “talón de Aquiles” del hasta hace poco llamado Distrito Federal.


Las consecuencias

Los gobiernos suministraban el vital líquido primero con pozos artesianos y para los años sesenta ya estaban los grandes sistemas de drenaje, captación de agua y de desagüe, se entubaron los ríos y se aseguró que más del 70% de los habitantes contaran con este servicio… pero la ciudad no se ha dado abasto y hoy en día las pipas son abastecidas con agua que absorben desde lo más profundo del suelo para llevarla a las cientos de colonias que carecen del líquido.

Esto explica otra de las consecuencias, a parte del hundimiento de los monumentos, casas y calles, que le ha causado la sobre-explotación del subsuelo a la capital: la continua aparición de grietas, baches y deslaves en temporada de lluvias también son parte de la situación. La UNAM explica que esto pasa debido a que se “incrementa la presión de poros lo que causa esfuerzos de tensión del agua al suelo. La mayoría de las grietas se forman a profundidad y luego se propagan hacia arriba”.

A inicios de este año, Michael Kimmelman realizó un reportaje para The New York Times titulado “Ciudad de México, al borde por el agua”, en el que aborda a profundidad la cruda realidad que viven las comunidades periféricas de la capital, en la que gente que gana menos de dos mil pesos al mes tiene que gastarse gran parte de su ingreso en pagar pipas o transporte para poder tener cubierto este servicio.

Dentro del texto entrevista a un par de personalidades de la política capitalina, quiénes contestan que se “están elaborando programas” para mejorar y minorizar los estragos del hundimiento y poder tener el servicio cubierto; pero admiten que la ciudad no está preparada para reutilizar el agua de la lluvia, no asegurar las inundaciones y mucho menos está lista para una sequía, eso conllevaría que el subsuelo se secara aún más rápido de lo que ya lo hace y terminaríamos por colapsar.

Lo cierto es que la excesiva concentración de escuelas y trabajos nunca dejarán que la ciudad deje de estar sobrepoblada, por ende se seguirán construyendo decenas de unidades habitacionales o complejos de departamentos.

La ciudad se hunde... y nosotros con ella
La ciudad se hunde... y nosotros con ella
La ciudad se hunde... y nosotros con ella
La ciudad se hunde... y nosotros con ella

En el caso de la iglesia de la Santísima Trinidad, en la calle de Emiliano Zapata, en el Centro HIstórico, y que a principios del siglo XX se encontraba al mismo nivel de las calles y edificios aledaños, su hundimiento ha sido tal que el gobierno capitalino tuvo que colocar escalinatas para acceder a los demás edificios que pareciera han quedado "arriba".

A lo largo de esta semana pudimos vivir “en carne propia” que a pesar de que cada año se presentan planes o discursos nuevos sobre cómo tratar este problema, es un fenómeno que sigue sobrepasando a las autoridades: el Metro dejó de funcionar, los automóviles particulares, trolebuses y camiones duplicaron sus horas de trayecto, las vialidades con nombres de ríos volvieron a ser canales y se tuvieron que improvisar formas de cruzar las calles que estaban encharcadas.

En la época prehispánica era relativamente fácil “parchar” a la ciudad construyendo sus templos capa sobre capa, pero cientos de años después y con millones de habitantes de diferencia no se puede seguir haciendo lo mismo. Recubrir, parchar, tapar es sólo un gasto que a futuro se tendrá que volver a hacer y no solucionará nada, sino todo lo contrario: añadirá más peso a las aceras que sumado al de los automóviles y peatones seguiría generando hundimiento. La pregunta persiste: ¿qué sigue? Ya se ha perdido mucho patrimonio -tanto de la nación como de decenas de familias- y parece no haber un horizonte de soluciones.

Urgen planes a futuro y educación ambiental sobre este tema porque la Ciudad de México no se cansa de dar señales de que ya no puede aguantar más y nosotros acompañamos esa queja.

Fotográfia principal:

Monumento Columna de la Independencia en los años treinta del siglo pasado. Si lo visitamos, se distingue a plena vista cuál es la escalinata que lo ha acompañado desde su inauguración en un tono grisáceo y en beige, cuántos más se le han agregado debido al hundimiento. Colección Villasana - Torres.

Fotografía antigua:

Colección Villasana - Torres.

Fuentes:

Artículo “Explotación de acuíferos, causa hundimiento en Valle de México”, EL UNIVERSAL. Artículo “Ciudad de México, al borde por el agua”, de Michael Kimmelman, The New York Times. Libro “Catedral Metropolitana. Hundimiento y Rescate”, Instituto de Ingeniería de la UNAM, 2013. Documento “Hundimiento y agrietamiento en la Ciudad de México”, Instituto de Ingeniería de la UNAM. Artículo “Conoce el subsuelo de la Ciudad de México” de Ricardo Capilla Vilchis, CONACYT. Portal oficial de la Sociedad Mexicana de Ingeniería Geotécnica.

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