Bajo advertencia no hay engaño; en Te Prometo Anarquía (2015), quinto largometraje del guatemalteco nacido en Estados Unidos, Julio Hernández Cordón, la promesa de anarquía está presente en varios frentes: en un guión que mezcla el drama urbano, algo de cine noir y una historia de amor homosexual; en un par de protagonistas que deambulan por la vida -y por la calle- en completa ausencia de reglas o costumbres, y en el retrato de un país y una ciudad (la CDMX) donde la ausencia de una estructura gubernamental eficiente termina permeando todo.

A medio camino entre el cine de Larry Clark (Kids, 1995), la intensidad de las relaciones homosexuales en los filmes de Julián Hernández (Mil Nubes de Paz…, 2003), con un poco del vampirismo romántico de Only Lovers Left Alive (Jarmusch, 2013), Te Prometo Anarquía es la compleja historia de amistad, amor y complicidad entre dos adolescentes skaters, Miguel (excelente Diego Calva, quien después de esto debería tener acceso a nuevos papeles)  y Johnny (Eduardo Eliseo Martínez) que a pesar de las diferencias sociales (la mamá de uno de ellos trabaja como doméstica en la casa del otro) han construído una relación donde tampoco parece aplicar regla alguna: a pesar de ser novios, Johnny sigue frecuentando a una antigua novia, desatando de cuando en cuando los celos de Miguel.

En todo caso, el vínculo inquebrantable entre ambos es la calle, a la que doman todos los días subidos siempre en sus patinetas. En ese deambular urbano, ambos tienen un toque de tétricos vampiros, y es que este par tiene un negocio que consiste en vender sangre al narco, y justo les acaba de caer una oferta difícil de rechazar: si ambos consiguen a 50 donadores (o “vacas” como les llaman), les pagarán mil pesos por cada uno.

Por supuesto, en este plan que pareciera requerir el mínimo esfuerzo con un mínimo de responsabilidad, algo saldrá terriblemente mal.

Cordon navega en una peligrosa línea donde sería muy fácil caer en la trampa del tremendismo y la pornomiseria, la explicitud gratuita y el shock value; afortunadamente, sabe eludir esas trampas y prefiere dar fluidez con una puesta en imágenes muy precisa (aquellas grandes secuencias en plano sostenido gracias a la cámara de María Secco), aderezada con un soundtrack tan ecléctico como divertido (que va de versiones al español de algunos clásicos de los setenta hasta raps a capela pasando por el Tri).

Pero si acaso lo que hace visible esta cinta es el sutil rapport de sus protagonistas. Diego Calva y Eduardo Eliseo, a pesar de ser actores no profesionales, se desenvuelven con inusitada naturalidad frente a la cámara, hacen suyos los diálogos y vuelven entrañable y verosímil su relación, no importando lo disfuncional de la misma. De hecho, los mejores momentos de la película son cuando sólo ellos están a cuadro, en diálogos que parecieran triviales pero que muestran la profundidad del cariño que ambos se profesan. La relación de Miguel y Johnnie es de esas que no necesita de palabras románticas para saberse real, es de esas que se esconde en la cotidianidad sin que ello la haga menos fuerte o real.

Cordón no puede evitar ciertos excesos en escenas que no vienen demasiado al caso: alguno que otro desnudo frontal, interludios musicales que aunque divertidos parecieran ser más un relleno para completar tiempo en pantalla.

Te Prometo Anarquía no trata nunca de ser cine de denuncia; aunque forzosamente retrata a esa otra Ciudad de México que vive detrás de la CDMX (la de los vendedores callejeros, los niños de la calle, la mona y el sonidero) no hay en esto escándalo ni falsa indignación, al contrario, estas realidades no son sino escenario para una historia de amor improbable que culmina con una de las secuencias más románticas y oníricas que hayamos visto en mucho tiempo en el cine mexicano.

@elsalonrojo

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