No olvidé que esta semana se estrena El sacrificio de un ciervo sagrado (The Killing of a Sacred Deer, 2017). Tampoco es que no la haya visto. Simplemente me parece una película menor, en su género, de lo que Paddington 2 (2017) lo es en el suyo. Aclaro que Yorgos Lanthimos me parece un esteta notable: en su último filme el director griego trasciende a su influencia, El resplandor (The Shining, 1980), de Stanley Kubrick, al levantar la cámara y mostrarnos cabezas y hombros dando vueltas en incontables pasillos, como si observáramos su escape de un onírico laberinto de angustia. Sin embargo sus temas me parecen prácticamente inexistentes en una historia plana que, sin justificación alguna, termina citando Funny Games (1997), de Michael Haneke, sólo por ser —o así lo parece— el héroe de Lanthimos. En cambio, Paddington 2 no aspira a más que divertir a familias enteras con sus diferentes sensibilidades y sentidos del humor. Su triunfo será envidiable para la mayoría de las farsas familiares en el futuro.

Bajo la influencia de Wes Anderson y lo mejor del humor británico —ese que encuentra en la torpeza una virtud—, Paddington 2 celebra la flema inglesa tanto como se burla de ella pero también elude cuidadosamente una defensa de la Brexit. Aunque el clima político no ocupa un lugar central en la narrativa, el director y coguionista Paul King le da al oso más torpe y cortés de la pantalla algunas oportunidades para demostrarle a un vecino xenófobo que él, un inmigrante peruano, es tan inglés como cualquier otro habitante del vecindario. Tal vez Paddington venga de otro continente pero su acento es de Londres y su lugar en la comunidad es uno al que todos deberíamos aspirar. Como dijo su tía Lucy: “Si uno es amable y cortés, el mundo estará bien”. Y ese es el efecto que tiene Paddington incluso cuando el mundo lo trata con injusticia.

Encarcelado por un crimen que no cometió, Paddington pasará buena parte del metraje en prisión mientras su familia, los Brown, intentan exculparlo y detener al verdadero criminal: un actor en decadencia llamado Phoenix Buchanan (Hugh Grant). La trama, se puede notar en esta brevísima descripción, es bastante convencional, pero no vamos a ver una película sobre un oso parlante por lo que nos tenga que decir de la crisis migratoria europea. Sin embargo uno tampoco pensaría que vamos a ver en ella un gran despliegue de imaginación cinematográfica pero eso es justamente lo que nos espera en Paddington 2. Si ya la película anterior, dirigida también por King, mostraba una animación ingeniosa al convertir la casa de los Brown en un juguete, Paddington 2 tiene una fotografía y un diseño de producción todavía más expresivos. Por otro lado, los efectos digitales son asombrosos pero no por creíbles, al contrario, la mejor escena en este sentido emplea recortes de un libro. La forma de captarlo es lo que se puede comparar a algunas de las mejores imágenes digitales de Steven Spielberg.

La escena en cuestión sucede cuando Paddington encuentra un libro desplegable de Londres que le permitirá a su tía Lucy ver la ciudad sin tener que visitarla. De repente, Paddington entra al libro y comienza a pasear en un paraíso urbano de papel con su tía. La cámara gira alrededor de ellos para resaltar la catedral de San Pablo y el Puente de Londres mientras las páginas dan vuelta para que los osos continúen su visita en otros vecindarios. Más allá de la hazaña técnica, la escena resulta conmovedora por ilustrar la imaginación de un sobrino cariñoso. El resto de la película mantiene esa melosidad equiparable a la de un sándwich de mermelada, pero sería muy simple condenarla por ello. De Charles Chaplin y Buster Keaton al Jean-Pierre Jeunet de Amélie (Le fabuleux destin d’Amélie Poulain, 2001), sin olvidar, claro, al maestro Jacques Demy, existe una tradición de cine decidido a conmover sin olvidar su obligación con la técnica. Paddington 2, no temo decirlo, se inscribe entre esas películas.

Como parte de este dominio formal mencionaba antes el diseño de producción. Ya sea que exprese elocuentemente la turbiedad mental del villano con un cuarto rojo lleno de maniquíes a los que explica sus planes, o que nos muestre el efecto de Paddington en la prisión y hasta en los colores del uniforme, la película está repleta de detalles que atraen la mirada y despiertan la ternura. Pero King le añade muchos elementos —incluida la acción— a la fórmula ya probada.

Si bien se repiten algunos gags de Paddington (2014), muchos otros, que no quisiera echar a perder, le darán un nuevo vigor humorístico al guión y crearán un inusual equilibrio. Mientras que muchas películas disfrazan chistes de adultos en películas infantiles, como lo dicta la tendencia desde Shrek (2001), Paddington y su secuela han optado no por el humor inofensivo de Disney sino por el eficiente humor corporal inglés y algunos gags que sólo podría concebir un cineasta imaginativo. Junto con todos los elementos que he descrito antes, me parece que evidencian una de las mayores aventuras recientes en el cine familiar. Nada mal para cerrarnos la boca a los esnobs.

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