El fin de semana pasado competí en una carrera de montaña en el Ajusco. Pura montaña, desniveles, lluvia y bajadas muy resbalosas.  Para mí las carreras de montaña representan mucho más que el esfuerzo de un entrenamiento o el resultado de éste, significan improvisar ante lo inesperado, desarrollar la capacidad de estar presente en cada paso y tener la mente abierta para dejar pasar cualquier tipo de pensamientos negativos que me puedan hacer desertar.

Como siempre una noche antes preparo mi mochila para llevar agua, comida y algunas cosas que se puedan necesitar, un rompevientos, guantes y bloqueador solar. Cargo la pila de mi reloj que es de esos que te marcan hasta el largo de las uñas y al despertar el día de la carrera es lo primero que me pongo. El domingo pasado se me olvidó ponerme el reloj y así me salí de la casa. Casi al llegar al Ajusco me di cuenta que no lo traía. No me preocupé porque traía mi celular y podía medir la distancia con Strava, una app que sirve para medir tiempos, distancia y no sé qué más porque nunca la uso. El caso es que al dar el pitazo de salida se trabó la aplicación y me fui sin medición.

Mientras corro, siempre voy  haciendo cuentas del tiempo, la velocidad y la distancia. Es casi como un mantra, o eso pensaba hasta esta última carrera. Por primera vez me olvidé del tiempo y la distancia recorrida  y mi experiencia fue muy distinta. Corrí escuchando mi cuerpo y su cansancio, percibiendo por completo la naturaleza y los cambios del clima, abrí mis sentidos a una nueva experiencia de libertad. Curiosamente cuando había que calcular aproximadamente lo que faltaba del recorrido atinaba casi con exactitud, quiero decir que, aunque la tecnología nos facilita el vivir podemos prescindir de la dependencia. El problema es que sentimos temor de soltarnos, de regresar a lo básico y aprender nuevamente a escucharnos y percibirnos en comunión con la naturaleza.

Twitter @reginakuri

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