Xocotla, Veracruz

Rubén Olguín recuerda a su primo José cuando aún no lo habían encerrado en casa. Juntos partieron hace una década desde Xocotla, Veracruz, a trabajar como albañiles principiantes en Mixcoac en la Ciudad de México. “Llegó conmigo a chambear y tenía 17 años de edad. Lo hacía muy bien, era una persona normal, un muchacho serio”.

El paso por la ciudad fue breve, seis meses, pero hubo tiempo suficiente para que su primo se convirtiera en adicto a los inhalantes. “Ahí comenzó con eso de la droga”, recuerda Olguín, quien hoy tiene una panadería en Xocotla. Siendo adicto, José emigró poco después a Estados Unidos y regresó completamente distinto. “No sé si le afectó la distancia. No ha podido recuperar su mente”, dice su primo.

De regreso de EU, sus familiares no sabían qué hacer ante los trastornos de conducta . Modesta Chávez, madre de José, decidió destinarle un rincón de su casa de madera y encadenarlo a falta de posibilidad alguna de brindarle tratamiento. “Ahí duerme en el piso porque no se deja hacer su cama ni lavar su ropa. Ahí está enredado con su cobija. Ahí hace todo”.

El caso es conocido en el pueblo, pero no es el único. Las autoridades del municipio de Coscomatepec, del que forma parte Xocotla, consideran que las adicciones han contagiado a sus jóvenes como una epidemia. La temprana emigración laboral a la Ciudad de México, donde les ofrecen trabajo informal en la construcción, es asociada al fenómeno de la drogadicción en ese punto del sur veracruzano.

Manuel Álvarez, alcalde de Coscomatepec, calcula que el municipio tiene una población flotante de 3 mil 500 personas que trabajan en la capital y vuelven los fines de semana, en días festivos o de vacaciones. “La población que se va anda entre los 13 y 25 años de edad. El 80% está en la drogadicción y el vandalismo”, calculó en una valoración que coincide con las opiniones recogidas en Xocotla.

En Coscomatepec hay en total unos 52 mil habitantes. “La falta de productividad en el campo y de apoyos bien direccionados del gobierno también son la causa de la situación”, subraya Álvarez.

Chalancitos, blanco de la drogadicción
Chalancitos, blanco de la drogadicción

A las espaldas de Modesta Chávez está el cuarto de donde su hijo no ha salido en años. Foto: Rodrigo Soberanes.

Modesta Chávez, sin saber de estadísticas, confirma el problema: “Aquí hay muchos así. El hijo de mi cuñado también está igual. Andan en las drogas y ya no entienden, andan mal”.

En junio de 2015 el ayuntamiento envió una brigada de salud para realizar “diagnósticos” entre los jóvenes y “saber qué tan informados o incluso enrolados se encuentran con el tema de las drogas”, según datos oficiales.

Un año antes, produjo un video titulado “Xocotla, Generación Condenada” que compartió en redes sociales. En el audiovisual se reflejó el problema de las adicciones. El alcalde dijo a Ruta 35 que el video fue mostrado a las autoridades federales para persuadirlas a que ayuden a combatir ese mal.

El único resultado, de acuerdo con habitantes de Xocotla, fue un enojo generalizado en la población por la “mala fama” que causó a su comunidad. Entre los comentarios en Youtube, por ejemplo, hubo quienes negaron la situación o dijeron que había sido exagerada, pero también hubo quienes afirmaron que reflejaba la realidad.

“No hay un padrón exacto sobre qué es lo que pasa”, señaló Jorge González Rojas, líder del Frente Unificador de Trabajadores Urbanos y Rurales Organizados (Futuro), que trabaja en las comunidades indígenas de la región serrana de Veracruz. “Las autoridades se dan cuenta hasta que alguien falleció o quedó abandonado a su suerte”.

Chalancitos, blanco de la drogadicción
Chalancitos, blanco de la drogadicción

Casas grandes como ésta son las que le han dado una nueva imagen a Xocotla. Foto: Juan Pablo Romo.

De lunes a viernes, la vida en Xocotla transcurre con normalidad. A menos de 10 kilómetros hacia cualquier rumbo y en cualquier colina se pueden encontrar viviendas con evidentes rasgos de pobreza. Pero la primera impresión que se tiene es la de un lugar que está superando sus mayores problemas. Las escuelas tienen estudiantes, hay un centro de salud en buenas condiciones y la mayoría de las casas son grandes y están hechas de concreto y no de madera, lo que ha supuesto un progreso material.

Con pocos minutos ahí, sin embargo, los detalles empiezan a revelar otra realidad. La clínica tiene una médica y una enfermera. Las filas de pacientes comienzan a las 4:00 de la mañana. La doctora Carolina Román dejó de atender pacientes unos minutos y dijo a Ruta 35 que “a los chicos con problemas de drogadicción no hay quien los atienda”, salvo cuando hay campañas electorales y los candidatos quieren ganar votos enviando brigadas.

Frecuentemente recibe a los adolescentes que llegan de la Ciudad de México con lesiones de trabajo, con heridas, golpes y fracturas.

El dinero de los programas asistenciales del gobierno –recursos mensuales para las familias más pobres– se le queda a los cobradores de tiendas departamentales que suben a la sierra a cobrar deudas.

Chalancitos, blanco de la drogadicción
Chalancitos, blanco de la drogadicción

Un niño intenta manipular un videojuego durante una mañana en Xocotla. Foto: Juan Pablo Romo.

Hay niños desde los seis años de edad deambulando y manipulando videojuegos sin ponerles monedas, afuera de una tienda donde suena con altos decibeles el hip hop de la Santa Grifa, una música traída desde la Ciudad de México, con canciones que describen la vida violenta de los barrios capitalinos.

La deserción escolar se dispara cuando los jóvenes llegan a una edad en la que pueden trabajar. En este caso es de 14 años y el empleo está lejos, a 340 kilómetros, en la capital del país. Según Gustavo Martínez, profesor voluntario de Xocotla, unos mil niños entran al nivel de primaria; a secundaria entran 250 alumnos; al bachillerato entran 40 y cada año se gradúan entre ocho y 15 jóvenes.

En Xocotla hay tres profesionistas universitarios. Uno es el maestro Ernesto Martínez, síndico del ayuntamiento, y Ofelia Martínez, su hermana. El otro se llama Román Morales.

Hay un parque con juegos infantiles y dos canchas deportivas. En una de ellas se observa una pinta que reza: “Dí no a las drogas”. Es ahí, y en otros rincones, donde los niños y jóvenes se juntan en grupitos e inhalan pegamento utilizado en construcciones.

Chalancitos, blanco de la drogadicción
Chalancitos, blanco de la drogadicción

Un grupo de niños reunidos en la cancha deportiva de Xocotla durante la tarde. Foto: Rodrigo Soberanes.

Muchas personas que se ven en las calles más tarde son esos jóvenes caminando sin rumbo y pidiendo dinero. Son el daño colateral del aparente progreso de Xocotla, el costo humano de que la mayoría de las familias vivan en casas de cemento gracias a las ganancias obtenidas en la capital.

Carlos Martínez Ramos, agente municipal, reveló que la venta de inhalantes ha aumentado: “Los que distribuyen lo agarran como negocio porque hay mucho joven que se droga. Detuvimos a una persona la semana pasada que nos confesó que lo hizo porque tenía una deuda de 4 mil pesos [223 dólares] y con tres cajas de activo de 24 botes cada una, salió de su deuda y hasta le sobró”.

Cerca de las canchas vive Benito, un chico de 16 años que comenzó a trabajar en la Ciudad de México a los 14. Vivió en un pequeño cuarto donde comenzó a probar inhalantes con otros adolescentes.

Chalancitos, blanco de la drogadicción
Chalancitos, blanco de la drogadicción

La venta de botes de inhalantes es un negocio que causa el principal problema de Xocotla, según autoridades. Foto: Juan Pablo Romo.

En su viaje de regreso, después de la primera semana como “chalancito”, iba en un autobús “pirata” que se llenaba de humo cuando el chofer forzaba la máquina. “Hay morros que vienen moneando adentro del autobús, hablan solos y se escucha bien fuerte. Se encierra el humo. Ellos van adormecidos y no sienten”. No iban dormidos, sino adormecidos. Drogados.

Benito está rehabilitado y hace el viaje con frecuencia. Antes, pudo ser uno de los que iban adormecidos y hablando solos.

Rubén Olguín, el primo de José, trabajó 17 años de albañil. Habló de los motivos y la forma en que sale la mano de obra hacia la CDMX.

“Si te encuentras un buen patrón, ya la armaste. Si no, ya te chingaste. Nos vamos al aí se va y vivimos en las obras. Nos vamos a la voluntad de dios, todos los que están mejorando sus casas en Xocotla es porque se han ido, pero los jóvenes se han ido perdiendo, se van a México y llegan transformados. La drogadicción es el problema número uno”, dijo Rubén cuando recordó cómo vio a su primo por última vez y añadió: “Dicen que todavía está vivo”.

Se alegra durante las mañanas de los fines de semana, en días feriados y en vacaciones porque sus ventas son muy buenas en la panadería. Vuelven al pueblo los trabajadores y traen dinero. Pero en las tardes es mejor cerrar las puertas del negocio, porque comienzan los recorridos errantes de algunos chicos.

Chalancitos, blanco de la drogadicción
Chalancitos, blanco de la drogadicción

Jóvenes de Xocotla se asumieron como miembros de la pandilla Sur 13, con origen en la Ciudad de México. Foto: Juan Pablo Romo.

Como en los barrios de la capital, el pueblo aprendió a dividirse. Están los de arriba y los de abajo imitando a las pandillas y creyendo en una rivalidad territorial. Hay pintas con el nombre de la pandilla Sur 13 y peleas frecuentes.

“Aquí la inseguridad es porque los chamacos se agarran entre ellos a pedradas, con cadenas, cinturones, con lo que tengan. Es normal que las personas salgan lastimadas en temporada de vacaciones”, confirmó Carlos Martínez.

Los últimos días de José en las calles eran así, en la “loquera”, y todavía los recuerda. Se lo contó a Leonardo Tiburcio, lugareño familiarizado con los males de Xocotla, durante una visita a su cuarto en la que Ruta 35 estuvo presente.

La escena, ocurrida en 2014, se desarrolló en la oscuridad, pues el cuarto de José no tiene ventana y sólo entra la luz por las rendijas de los tablones. Como es común en esa región, hacía frío. Para alegría de su mamá, el chico ya aceptaba cubrirse con una cobija.

“Me tengo que curar, tengo que salir, ya no voy a ser loco, tengo que buscar la forma de cómo curarme. Así poco a poco”, dijo con una recobrada capacidad de hilar frases. Tiburcio disparaba preguntas, como si quisiera despertar la memoria perdida del chico en la penumbra. “¿Estarías de acuerdo en tomar un tratamiento para que te levantes? ¿Quieres que te vea bien tu mamá, tus amigos? ¿Te duele?”.

“Ya no podía yo con la loquera, me hacía daño a lo grande. No podía, no podía. Quiero decirles que me ayuden”, decía José. “Si estuviera curado, ya no necesitaría nada más”.

José no ha mejorado desde entonces. Su caso para muchos es una metáfora extrema de las consecuencias que puede traer el modelo de trabajo que da sustento a Xocotla, es un ejemplo de las heridas que, en muchos casos, deja la búsqueda del bienestar en un lugar donde las políticas públicas no funcionan, según las propias autoridades.

“No tiene caso que el pueblo esté progresando mucho en alumbrado, calles y campos deportivos y que el joven en lugar de que le dé gusto, se drogue”, dice el agente municipal. Así es más lo que se pierde que lo que se gana.

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