Algunos opinan que, quien gana las elecciones, puede decidir, a su libre albedrío, la política del gobierno que encabezará. No comparto la idea de que ese triunfo sea un cheque en blanco, puesto que en las campañas se plantean las demandas ciudadanas que acotan la futura actuación gubernamental. Más importante aún, los intereses nacionales objetivos son los que deben determinar esa actuación. Sin embargo, las promesas electorales y los intereses nacionales no siempre son compatibles, y lo uno sabotea lo otro. Ejemplo de ello es la decisión de Trump de retirar sus tropas de Siria. Si bien ello encaja en el aislamiento y nativismo de su “America First”, perjudica intereses geoestratégicos del país, que ni sus seguidores ni el mismo comprenden. La reacción de los demócratas fue adversa, pero también la de los republicanos.

La presencia militar de EU en Siria tiene su explicación más cercana, en su involucramiento en Afganistán (desde 1978) y en Irak (desde 1990). La más lejana se remonta al fin de la Segunda Guerra Mundial, la partición de Palestina (1947), las alianzas con Israel, Arabia Saudita e Irán y, por supuesto, al petróleo. Lo anterior no fue fortuito o casual, pues obedeció a rivalidades geopolíticas y a ambicionas hegemónicas consideradas de interés nacional. El brutal conflicto sirio se inscribe en esa compleja ecuación, en la que destacan la “Primavera Árabe”, la insurrección contra el dictador Bashar al-Ásad, y la creación del funesto Estado Islámico (ISIS) por terroristas yihadistas. Durante 8 años se registró una sangrienta guerra de todos contra todos, a cargo de más de 1,000 grupos rebeldes. Murieron más de medio millón, y 12 millones fueron desplazados. Asad fue respaldado por Irán, el grupo terrorista Hezbolá y Rusia, en tanto que sus opositores por EU, Gran Bretaña, Francia, Arabia Saudita, Qatar, Jordania, Bahréin, Turquía, etc., así como por los kurdos. Estos últimos son una comunidad de 30 millones sin territorio que, cuando se extinguió el Imperio Otomano al finalizar la Primera Guerra Mundial, quedaron diseminados en Turquía, Siria, Irak e Irán. Turquía se ha opuesto a que establezcan su propio país (Kurdistán), al grado de combatir al independentista “Partido de los Trabajadores del Kurdistán” (PKK).

Los kurdos aglutinados en el “Partido de la Unión Democrática” (PYD), recibieron dinero, armas y entrenamiento de Washington, convirtiéndose en su más eficaz aliado contra el Estado Islámico, ya casi extinto. A pesar de que el conflicto no ha terminado del todo, Trump se apresuró a cumplir la promesa de retirar las tropas de Siria (2,000 efectivos). Ese anuncio y una conversación telefónica con el presidente Erdogan de Turquía, despejaron el camino para que el ejército turco atacara a los kurdos ubicados en la frontera con Irak. Al retirarse los pocos soldados estadounidenses de esa zona, donde desempeñaban un valioso equilibrio simbólico, Turquía invadió Irak, se debilitó a los kurdos, EU fue desplazado, Rusia afianzó su presencia en la zona, y se propicia el resurgimiento de los terroristas del ISIS.

La promesa de campaña hecha a priori sin conocer bien la problemática, fue incompatible con los intereses geopolíticos de la superpotencia y con la seguridad internacional. Aunque el principal objetivo de dicho retiro es electorero, desató el malestar de los congresistas republicanos que lo acusan de traicionar a los kurdos, desestabilizar la región, darle mayor protagonismo a Rusia, y desprestigiar al país. En su obsesión por relegirse y evitar un juicio político, el imprevisible Trump está dispuesto a hacer cualquier cosa, pero su desleal y oportunista proceder está resultando contraproducente.

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