Trabajé en la embajada de México en Londres antes que Gran Bretaña ingresara a la Comunidad Económica Europea, hoy Unión Europea. Viví con familiares ingleses y constaté, tanto el orgullo de ser “frightfully british”, como su pesimismo, frugalidad y austeridad heredados de la Segunda Guerra Mundial. La brecha entre las glorias pasadas y el insípido presente, era enorme: un amigo inglés decía… “Ganamos la guerra, pero perdimos el futuro”.

Regresé cuando ya eran miembros de la UE y el cambio era espectacular: modernización, prosperidad, dinamismo, optimismo y hasta excesivo consumismo y lujo. No he escuchado un argumento sensato y racional que justifique el absurdo abandono de una exitosa integración regional, imitada en todo el mundo. En mucho, ello obedece al populismo que atiza el descontento, el nacionalismo visceral, el nativismo, la xenofobia, la irresponsabilidad frente a los problemas globales, la falta de solidaridad con la humanidad, etc. Políticos oportunistas sacaron provecho del resentimiento de adultos mayores, aldeanos sin estudios universitarios, con poca movilidad laboral y social, tradicionalistas, religiosos y conservadores, que añoran pasados idílicos, como lo típicamente inglés de la era victoriana.

El fenómeno es mundial: los presidentes de Estados Unidos y México no ofrecen proyectos acordes al siglo XXI, sino nostalgias anacrónicas de otros tiempos.

Tras tres años de indecisiones y torpezas, el populista Boris Johnson finalmente materializará la aberración el 30 de enero, cuando Londres y Bruselas aprueben el tratado del divorcio. Nadie sabe cuáles serán las consecuencias nacionales, regionales o mundiales, que pueden ser tan graves como el suicidio del Reino Unido. Al igual que su fracasada predecesora Theresa May, Johnson (emulando a Trump) ofrece un mejor acuerdo con la UE que es su principal socio, cuando es imposible que sea mejor que el existente.

Muchísimas empresas se irán porque ya no tendrán libre acceso al mercado europeo de 27 países, y con ellas miles de personas, inversiones y oportunidades. Como se extinguirán las relaciones contractuales de Londres forjadas por Bruselas con todo el mundo durante 46 años, negociar nuevos tratados con cada país será titánico. Quizás lo más grave ocurra a la propia Gran Bretaña: el 45% de los escoceses votó por separarse de ella en 2014, y como el 62% votó contra el Brexit, se avecina otro referéndum para dejar el Reino Unido y luego ingresar a la UE. Esa decisión y la que tomen Gales e Irlanda del Norte, puede significar la extinción (suicidio) del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Si Escocia se independiza, el Reino Unido perderá más de 5 millones de habitantes, casi el 30% de su territorio, las reservas petroleras del Mar del Norte, parte de su ejército e instalaciones militares y nucleares, etc. La solitaria Inglaterra difícilmente seguiría siendo miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, del G 20, potencia global, etc.

¿Se previó todo eso cuando innecesariamente David Cameron sometió a voto el contraproducente Brexit? Obviamente no, pues padecemos un irresponsable populismo que, a cualquier costo, solo busca ganancias político-electorales cortoplacistas sin importar las consecuencias. Los intereses personales son prioritarios, no así los nacionales. Ejemplos de las nefastas consecuencias del populismo en boga que distraen la atención de los verdaderos problemas del mundo, están por doquier: desde el suicida Brexit, la destrucción de Venezuela o el peligro de una guerra con Irán, hasta la rifa populachera de un avión presidencial que vale 3,000 millones de pesos.

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