Al forjar el nuevo orden mundial de la posguerra, los aliados occidentales tuvieron la sabiduría de no repetir los errores cometidos al finalizar la primera guerra mundial. Como los acuerdos de paz ignoraron la problemática económica y social, se desató la llamada “era de las grandes catástrofes”, caracterizada por inestabilidad, desempleo y hambre, principalmente en Alemania. El malestar de los pobres fue aprovechado oportunistamente por políticos populistas que, a cambio de su voto y apoyo, les ofrecieron la redención mediante la instauración del fascismo totalitario a cargo de caudillos mesiánicos y redentores. Para evitar que reaparecieran esas aberraciones, a partir de 1945 se impulsó la recuperación económico-social de Europa mediante el Plan Marshall, el Banco de Reconstrucción, el Estado benefactor, la seguridad social, etc. En suma; se combatió la pobreza, porque era peligroso tener pobres susceptibles de ser cooptados por los populistas, especialmente por la seductora propaganda comunista de Stalin. La estrategia fue exitosa: Occidente logró un impresionante progreso, en tanto que el bloque socialista colapsó.

Lamentablemente, al terminar la Guerra Fría se ignoro esa valiosa lección, pues proliferaron empobrecidos, no por un conflicto bélico, sino por un capitalismo salvaje y deshumanizado. Por considerarse que tener pobres ya no era peligroso puesto que el comunismo se extinguió, se permitió una brutal concentración de la riqueza. OXFAM señala que el neoliberalismo expresado en el Consensó de Washington provocó que el 1% concentre el doble de lo que tiene el 90% de la población mundial. El Banco Mundial agrega que ese 1% acapara el doble de lo que poseen 7,000 millones de personas, y acumula el 45% de la riqueza global. Por ende, la historia se está repitiendo, pues los pobres son cortejados por los nuevos demagogos que, conscientes de ello o no, reviven el fascismo, que puede ser de derecha o de izquierda, ya que es una forma de gobierno que no tiene ideología propia. Sus características y métodos son iguales a los de sus antecesores de la época de las “grandes catástrofes”: caudillos carismáticos, ególatras, histriónicos y autoritarios, que impulsan un Estado todopoderoso e intolerante a la democracia liberal, a las organizaciones de la sociedad civil, los contrapesos, la disidencia, la citica, la prensa libre, etc. Como se aspira la autarquía y los monopolios estatales, se obstaculiza la inversión privada, al empresariado, a la educación y la ciencia no conformistas, y se adormece a la población con mentiras, engaños y realidades alternas. Se divide a la sociedad entre nosotros los buenos y ellos los malos, inventandose enemigos internos o externos que son culpables de todo y amenazan el proyecto salvador y purificador del caudillo mesiánico que todo lo sabe, y exige adhesión incondicional y culto a su personalidad. EL principal objetivo del populismo fascista no es resolver los grandes problemas como prometen en las elecciones sino alcanzar y conservar el poder.

Trágicamente, de nuevo se manipulan oportunistamente las necesidades e ignorancia de los pobres para fines electorales. Con todo cinismo, Trump siempre dijo que, si lanzaba su candidatura, lo haría con los republicanos, pues son tan tontos que creen todo lo que les dices. Con el mismo cinismo, Chaves aclaró que no se trata de sacarlos de la pobreza, porque se convierten en clase media y se vuelven opositores (argumento también esgrimido por la anterior presidenta de Morena). En conclusión: el populismo continúa manipulando para su provecho a los pobres, y no sabemos a donde conducirá esta nueva ola neofascista que está destruyendo la democracia.

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