A un año de iniciado el brote del Covid-19 en China, que en pocos meses se transformó en pandemia global, el nefasto fenómeno ha hecho muchísimas revelaciones. Una de ellas fue que tomó al mundo desprevenido, como si las pandemias no existieran desde siempre. A mayor abundamiento, desde la más devastadora de ellas, la de la influenza española que entre 1918-1919 aniquiló a más de 100 millones de personas, se esperaba que algo semejante o peor repitiera. Empero, tras del descubrimiento de la penicilina en 1928 y el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945, el general y Secretario de Estado, George Marshall, con ilusa arrogancia afirmó que las enfermedades infeccioso-contagiosas pronto serían abatidas, por lo que las pandemias dejaban de ser una amenaza a la seguridad nacional e internacional, para solo ser un problema de salud pública. Merced a esa arrogante visión, se bajó la guardia y los resultados están a la vista. También hizo evidente las graves deficiencias de los sistemas de salud, pues ni siquiera en los países mas avanzados -como EU- estuvieron a la altura del desafío.

De la misma forma se hicieron más evidentes las abismales desigualdades entre los países, y entre sus clases sociales, pues certeramente se afirmó que, aunque todos padecemos la misma tormenta, no estamos en el mismo barco. Por ende, los peores estragos se registran en las naciones más pobres, y en los grupos más desfavorecidos. Esa desigualdad ocasionó que solo cinco naciones cuenten con los recursos científicos y financieros para producir la ansiada vacuna. Las naciones en vías de desarrollo agudizaron la desigualdad al gastar millones de dólares en comprar la vacuna, en vez de canalizarlos a desarrollarla localmente. No de menor importancia, igualmente se evidenció la fragilidad de nuestra orgullosa civilización, que puede ser devastada por un simple virus.

Siendo muchísimas más las revelaciones negativas de este trágico periodo, como internacionalista y diplomático destacaría que se puso en evidencia la indiferencia e irresponsabilidad de la clase política. Para quienes tenemos como campo profesional lo internacional, es frustrante que, desde hace años advirtiéramos sobre las amenazas que asechan a la seguridad de la humanidad -pandemias, calentamiento global, pobreza, crecimiento de la población, desastres naturales, etc.- , y no se hiciera caso. Por razones políticas, tras los atentados contra EU de septiembre de 2001, se designó al terrorismo como principal amenaza a la seguridad en el siglo XXI. Sin embargo, la realidad se acaba imponiendo a los intereses políticos que desvirtúan la verdad: en esa ocasión murieron menos de 3,000 estadounidenses, pero en 2020 ya fallecieron 300 mil a causa de una amenaza ignorada. Peor aun, igualmente por conveniencias políticas, se minimizó y desdeñó su impacto: cuatro de los países donde la crisis pandémica fue más manejada con criterios políticos que científicos (EU, Brasil, Gran Bretaña y México), tienen unos de los mayores índices de contagiados y fallecidos.

Otra revelación de gran calado, es que, a pesar del embate populista en su contra, es la ciencia la que ofrece la solución al descomunal problema mediante la vacuna. Dicho sea de paso, las satanizadas farmacéuticas neoliberales y sus menospreciados científicos, pasarán a la historia como los salvadores del mundo, y no así los líderes políticos.

La conclusión es que la pandemia demuestra que el mundo está siendo pesimamente manejado, que la política pretende crear realidades inexistentes ajenas a la verdad, y que, si no aprendemos las brutales lecciones del fatídico 2020 y todo sigue igual, el futuro será peor que este Annus Horribilis.

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