Cuando fui embajador en Dinamarca, encontré las memorias del joven Barón danés Henrik Eggers, que se incorporó al cuerpo de voluntarios austriacos que acompañó a Maximiliano en su fracasada aventura mexicana. Al regresar a su país, publicó en 1869 sus “Memorias de México” (“AErindringer fra México), que proporcionan un fascinante retrato del país, pues nos habla de la situación del imperio, de los republicanos y Juárez, de los conservadores y el clero, de la geografía, la política, la economía, la sociedad, de la caída del régimen imperial, etc. Tras traducir el libro al español, me lo publicaron Miguel Ángel Porrúa y la Cámara de Diputados, encontrándose disponible para el público en la biblioteca digital de dicha cámara.

No solo se trata de una valiosa contribución a la historiografía del segundo Imperio, sino el lacerante recordatorio de que arrastramos graves problemas no resueltos. En efecto, al leer el capítulo “Los Ladrones en México”, tenemos la impresión de enterarnos de las noticias del día, en especial de la nota roja. Eggers destaca que la inseguridad era generalizada; las carreteras estaban infestadas de bandas de asaltantes de los transportes de mercancías y de personas, a las que despojaban, asesinaban o secuestraban para pedir rescate. En los caminos hacia las grandes ciudades como la de México, Veracruz, Puebla, Guadalajara o Monterrey, había pueblos enteros dedicados al pillaje. Aunque a veces los trasportes eran acompañados por tropas, estas asaltaban a los pasajeros por su cuenta o en complicidad con los bandidos. Como consecuencia de medio siglo de inestabilidad política desde la Independencia, las autoridades eran débiles, ineficientes o corruptas, de suerte que los criminales gozaban de total impunidad. Poblaciones enteras estaban controladas por los bandoleros, quienes, amén de cometer actos de barbarie y sadismo contra los ciudadanos, con gran oportunismo se unían a los republicanos o a los imperiales. Lo anterior, en el contexto de una sangrienta guerra entre la república y el imperio, nos retrata un México caótico en el que, como afirma Eggers: “no se respetaba la propiedad ni la vida del prójimo.”

A siglo y medio de la aparición del libro constatamos que, desgraciadamente, aquella trágica realidad no es cosa del pasado, pues padecemos los mismos actos delictivos del siglo XIX, a los que se agregan nuevos más nocivos, como el narcotráfico, la trata de personas, las extorsiones, el huachicol, el robo de recursos naturales, el cobro de derecho de piso, etc. Peor aún, ya son criminales internacionalizados que, además de obtener ganancias ilícitas, buscan el control territorial y político para facilitar su criminalidad. Posiblemente estamos viviendo la era más violenta de la posrevolución, que, aunque es consecuencia de la herencia maldita de gobiernos anteriores, se ha agudizado por falta de voluntad política y fallidas estrategias como la de abrazos y no balazos. En el gobierno de Calderón hubo 30,572 homicidios dolosos; en el de Peña Nieto 42,489, y en lo que va del de López Obrador ya hay 87,271. Por ende, México es uno de los 25 países más peligrosos del mundo, y seis ciudades mexicanas son las más violentas del orbe, pues el promedio de asesinatos dolosos supera los 100 diarios, y los feminicidios los 10. Contradiciendo la irreal versión oficial, en EU se afirma que entre el 30-35% del territorio está controlado por el crimen organizado, que ya se registran actos de narcoterrorismo, y que estamos en vías de ser un Estado fallido. Lo que urgentemente se necesita son más políticas públicas realistas y efectivas, y menos “panen et circenses.”

Internacionalista, embajador de carrera y académico

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