Una gran tragedia para América Latina es haber sido gobernada, la mayor parte de su vida independiente por dictaduras represivas y sanguinarias de derecha. Sin embargo, es mayor tragedia que, gobiernos de izquierda que pretenden combatir ese mal histórico, también se conviertan en dictaduras. Aunque de signos ideológicos opuestos, ambos comparten la obsesión por el mesianismo, el autoritarismo y la permanencia en el poder. Evo Morales pudo haber pasado a la historia como un gran presidente, pero esa obsesión lo convirtió en un déspota que fue destronado por el golpe de Estado que él mismo se fue forjando.

Ocupó la presidencia en 2006 y se reeligió, pero como la Constitución prohibía un tercer mandato, realizó un referéndum para preguntar al “pueblo bueno y sabio” si debía reelegirse de nuevo. La respuesta fue NO, pero desdeñó la opinión mayoritaria: el sometido Tribunal Constitucional Plurinacional arbitrariamente autorizó que buscara la reelección. No conforme con 13 años de gobierno autoritario, en octubre pasado volvió a contender. Como no obtuvo los votos necesarios para evitar una segunda vuelta electoral, “se calló el sistema” (como en el México de Manuel Bartlett o en el Honduras del actual narco presidente Hernández) por más de 20 horas: mágicamente resultó que sí alcanzó suficientes votos para evitar la segunda vuelta. El nuevo fraude golpista desató la crisis popular que lo obligó a renunciar: los militares no dispararon un solo tiro, simplemente le retiraron su apoyo. La lección del pueblo boliviano para los gobiernos populistas que, antidemocráticamente, pretenden perpetuarse en el poder es clara y contundente.

Por su improvisación, falta de profesionalismo, oportunismo y sesgo ideológico, la posición del gobierno de la 4T ha sido decepcionante. Apresurada y equivocadamente se felicitó a Morales después de que cometió el fraude, al igual que lo hicieron Cuba, Venezuela y los futuros gobernantes de Argentina. La Cancillería, que pregona estricto apego a la no intervención y a la Doctrina Estrada, las ignoró supinamente. También apresuradamente, se incidió en un asunto doméstico al calificar los acontecimientos como un golpe de Estado, y de remate se ofreció asilo a Morales, siendo que generalmente es el perseguido político el que lo solicita. En la larga tradición de asilo humanitario de México, no figura el caso de asilar a alguien que cometa fraude electoral. La explicación de esta peculiar conducta, debe encontrarse en el hecho de que, erróneamente, se está privilegiando más el enfoque ideológico de la 4T que los intereses nacionales objetivos. También se está actuando conforme al sabio consejo de que cuando ves las barbas del vecino quemar, pon las tuyas a remojar. No de menor importancia, se está buscando compensar la obediencia hacia el imperialismo yanqui, con arriesgados gestos izquierdistas.

Sin embargo, el utilizar la política exterior para fines propios ajenos a los intereses nacionales, y traer al país a un polémico personaje en los momentos en que la 4T ha fomentado la división y la polarización, no presagian nada bueno para la vida interna y externa del país.

Internacionalista, embajador de carrera
y diplomático

Google News

TEMAS RELACIONADOS