Como los problemas registrados entre la primera y la segunda guerra mundial, fueron muchos y muy graves, los historiadores denominan ese periodo como la “era de las catástrofes.” Tanto los estragos de esa primera conflagración, como los malos arreglos de paz, provocaron en la destruida Europa pobreza y desesperanza, que se tradujeron en el malestar, rencor e inestabilidad que, a través de elecciones manipuladas, debilitaron la democracia y favorecieron a los regímenes populistas totalitarios de izquierda y derecha. Caudillos mesiánicos, carismáticos, narcisistas y demagogos aprovecharon las penurias de las masas, ofreciéndoles la redención a cambio de “ciega” sumisión a sus megalómanos proyectos de poder. Su ascenso implicó la polarización, división y enfrentamiento de la sociedad, disturbios, guerras civiles y golpes de Estado. Todo ello agravado por la mas brutal pandemia de la historia, la de la influenza española iniciada en 1918 que cobró mas de 100 millones de vidas, y la también brutal recesión económica de 1929. El vencedor de la Gran Guerra, Estados Unidos, se aisló del escenario internacional, desentendiéndose de los problemas globales y despejando el camino a las ambiciones de Hitler y sus aliados, que condujeron a la mayor catástrofe de la historia: la Segunda Guerra Mundial que concluyó con el inicio de la Guerra Fría en 1945.

Desgraciadamente y con toda proporción guardada, estamos viviendo algo similar. Igualmente salimos de una guerra, no hubo inteligentes arreglos de paz que crearan un nuevo orden mundial armonioso, y la potencia que se autoproclamó vencedora de la lucha bipolar, decidió aislarse, dejar que otros compitan por el liderazgo que abandona, distanciarse de sus aliados e iniciar una peligrosa confrontación con China. Aunque no hubo pobreza causada por lo bélico, si la provocó una deshumanizada política económica que en la posguerra concentró la riqueza en pocos y perjudicó a millones, cuyo resentimiento, al igual que en el pasado, ha sido oportunistamente aprovechado por carismáticos populistas con ambiciones megalómanas y autoritarias que, también como en el pasado, dividen, polarizan, siembran odio y socaban las instituciones democráticas. De la misma forma, nos abruma una pandemia global (46 millones de infectados y 2 de muertos) que ha provocado una crisis económica semejante a la de 1929.

Aunque la gran perdedora en esa primera era de catástrofes fue la democracia, fue rescatada e impulsada por EU después de la primera guerra mundial, lo que igualmente hizo con mayor vigor tras la segunda. Por ello resulta paradójico que, en esta nueva época de catástrofes, la esté atropellando, saboteando y desvirtuando. En efecto, durante muchos años EU fue el gran referente democrático a imitar, pero bajo la presidencia de Trump, pasó a ser el adalid del populismo antidemocrático, irresponsable, disruptivo y circense.

Las actuales elecciones ejemplifican elocuentemente lo disfuncional que ha sido el gobierno de Trump. Con tal de saciar sus patológicas ambiciones narcisistas, es capaz de descarrilarlas arguyendo falsos fraudes, exigiendo la aberrante suspensión del conteo de votos, e incitando a la violencia a una sociedad que ha polarizado.

Como los descomunales problemas que confrontamos en el siglo XXI -que pueden arrastrarnos a catástrofes como las de la pasada centuria- requieren ser atendidos por lideres racionales, responsables, honestos y éticos, los recientes resultados electorales -para el bien de EU y del mundo- deben finiquitar la era de Trump , y con ello poner fin a la otra fatídica pandemia que nos afecta; la de los populistas.

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