Mi artículo del 10 de agosto se refirió a la amenaza que representan, para la seguridad internacional y la nacional, las pandemias de enfermedades infecciosas, que proliferan por la globalización, el calentamiento global, el crecimiento demográfico, la pobreza, etc. Como ejemplo destaqué el brote de Ébola en el Congo; problema que no nos afecta por ocurrir en un continente lejano. Ese no es el caso del Dengue -clásico y hemorrágico- que se propaga en el nuestro. Como informó EL UNIVERSAL, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) calcula que en este año 2 millones 152 mil 659 personas han contraído la enfermedad, principalmente en los siguientes países. En Brasil 1, 748, 473, en Nicaragua 94, 515, en Colombia 82, 110, en Honduras 66, 595, en México 63, 911, en Guatemala 17, 413, en El Salvador 15, 278, en Perú 8,449, en Paraguay 8,339, y en Venezuela 5, 983. Ya han fallecido 807 contagiados, siendo que en 2018 solo fueron 340 y en 2017 317.

Como el trasmisor -el mosco Aedes aegypti- no respeta fronteras ni nacionalidades, para que el combate sea efectivo se requiere cooperación interestatal: tanto para tratar a los afectados, como principalmente para eliminar al vector con fumigación y medidas sanitarias preventivas. Una de las mejores herramientas para enfrentar estos ciclos pandémicos, es la Diplomacia para la Salud Global, que es poco conocida y aplicada en nuestro país.

La DSG nació en la Conferencia Sanitaria Internacional reunida en París durante 1851, con el propósito de adoptar medidas conjuntas contra el cólera, la plaga y la fiebre amarilla. Como se cobró conciencia que estas enfermedades solo podían combatirse mediante acciones internacional, asistieron doctores, sanitarios, higienistas y embajadores, pues la colaboración debía ser científica y política. Los buenos resultados de esta nueva diplomacia hicieron que las conferencias se repitieran hasta 1938. Aunque la Segunda Guerra Mundial impidió continuarlas, al concluir se creó (1948) la Organización Mundial de la Salud (con 6 oficinas regionales) como organismo especializado de las ONU.

Desde entonces la OMS ha sido el centro de la cooperación en materia de salud, del combate a las pandemias y de la DSG. A pesar de su importante labor, los pésimos índices de la salud a nivel global, la aparición o reaparición de enfermedades contagiosas, y el incremento de brotes pandémicos, hicieron necesario ampliar las acciones de la diplomacia sanitaria. Tanto para ayudar a otros pueblos y ganarse su simpatía, como para evitar la expansión de enfermedades contagiosas, varios países (Suiza, Gran Bretaña, Estados Unidos, Brasil y Cuba) convirtieron la salud en una prioridad de su política exterior. Como parte de esa estrategia, se intercambian funcionarios entre los ministerios de relaciones exteriores y saludo, a efecto de que los diplomáticos se ilustren sobre los problemas de salud en el mundo, como para que los médicos adquieran mejor conocimiento de las realidades geopolíticas que inciden en la salud humana. De igual manera se creó el puesto de “Agregado de Salud” en aquellas embajadas en países donde es necesaria la cooperación en este campo, y también se estableció a nivel universitario la materia o especialidad de DSG.

Aun cuando México mantiene una importante colaboración en la materia con los vecinos del Norte y del Sur, no ha desarrollado el concepto de DSG como debería ser: ni siquiera existe en la cancillería o en la Secretaría de Salud una oficina responsable de ella. Tampoco el tema se imparte en alguna universidad. A pesar del embate epidémico que padecemos, la única institución que se ha ocupado de la DSG es el Instituto Nacional de Salud Pública ubicado en Cuernavaca.

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