La seguridad ha sido una obsesión —casi paranoide— para EU, al grado que, cuando se convirtió en superpotencia, asimiló la seguridad externa a la interna. Tras la derrota de las potencias del Eje que la amenazaron en la segunda guerra mundial, su lugar fue ocupado por la URSS, que en el siglo XXI fue remplazada por países rivales que disputan su preponderancia, y por fuerzas asimétricas no estatales como los terroristas y el crimen organizado. Por ende, la seguridad ha sido pieza central de la política exterior, salvo en la nefasta era Trump, en la que ambas fueron remplazadas por el interés personal del demagogo. Con Biden regresó la seriedad a los asuntos externos y la prioridad de la seguridad.

Por tanto, Biden advirtió a Putin que pagará cara su intervención en las elecciones de su país, y aumentó las sanciones contra Rusia impuestas desde que se anexó Crimea en 2014. En marzo se realizó la primera reunión de los cancilleres de EU y China, que fue muy ríspida por los reclamos estadounidenses sobre violaciones a los derechos humanos y “acciones que perturban la estabilidad global”. A Irán y sus milicias terroristas se les envió un “inequívoco mensaje” mediante el bombardeo en Siria del pasado febrero. El 28 de marzo se advirtió a Corea del Norte que sus ensayos con misiles balísticos violan resoluciones de la ONU, que ameritarán represalias. En el caso de Cuba, Nicaragua y Venezuela se pondrá énfasis en la democracia y los derechos humanos, impulsándose la transición democrática para liberarlos de los que el secretario de Estado, Anthony Blinken, llamó “brutales dictadores.”

Como la seguridad fronteriza es mucho más importante que la global, también se nos envió un contundente mensaje a través de un mensajero de gran peso. El comandante militar para América del Norte, general Glen VanHerck, declaró que los problemas de seguridad en la frontera común, como el narcotráfico, la migración, el tráfico humano y la violencia, son consecuencia de que las organizaciones transnacionales del crimen organizado controlan 30 o 35% del territorio mexicano, afectando la seguridad nacional de EU. Siendo que la estabilidad de México ha sido una preocupación histórica de la superpotencia, ya desde el gobierno de Calderón, la secretaria de Estado Hillary Clinton, afirmó que el país estaba siendo un Estado fallido, provocando una fuerte confrontación con el mandatario, el retiro del embajador estadounidense Carlos Pascual, y graves tensiones. Si ello ocurrió cuando se cometieron 121,637 asesinatos dolosos, podemos imaginar cuál es la opinión cuando en los dos últimos años se perpetraron 70,532, equivalentes al 60% de todos los de aquel sexenio. El Departamento de Estado, por su parte, entregó al Congreso sus informes anuales sobre la Estrategia Internacional de Control de Estupefacientes y sobre los derechos humanos, que describen el imparable crecimiento del poderío de los carteles de la droga en México, y sus fatídicas consecuencias para los derechos humanos.

Los mensajes son claros: aunque el discurso oficial diga otra cosa, los datos duros indican que, como hemos alcanzado el máximo histórico de 97 asesinatos diarios, estamos peor que antes. La seguridad es prioritaria para EU, pero no para un México compulsivamente enajenado en las luchas electoreras por el poder. Negar la realidad y revivir la arcaica actitud priista de un no intervencionismo utilizado a modo, no evitarán el choque que se avecina. A Washington no le preocupa tanto la inseguridad en México, sino que su incremento está afectando su seguridad nacional.

Internacionalista, embajador de carrera y académico.

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