Este año no solo debemos celebrar los 75 años de vida de la Organización de las Naciones Unidas, sino también la activa participación de México en la misma durante esas siete décadas.

Hacer un recuento de su labor sería abrumador, pero baste señalar que ha sido una de las iniciativas más importantes en la historia de las relaciones internacionales, que las impactó en todos sus ámbitos. Aunque la atención suele centrarse en su responsabilidad primordial de mantener la paz y la seguridad -a pesar de las criticas ha resuelto muchos conflictos, actualmente conduce 16 operaciones de paz, y no hubo otra guerra mundial- su ardua labor abarca todas las actividades humanas.

Su vasto sistema de organismos especializados y programas se ocupa desde las crisis humanitarias, los desastres naturales, las hambrunas, los refugiados, hasta la democracia, las elecciones, los derechos humanos; desde la agricultura, las telecomunicaciones, la aviación civil, el espacio ultraterrestre, hasta el medio ambiente, la salud, la ciencia, la educación, etc.

El 70% de su frenética actividad se ha dedicado al desarrollo de los pueblos, invirtiendo en ello más de 50 mil millones de dólares. Como en un mundo globalizado existen problemas globales, es la única institución con alcance global, resultando ser indispensable y, hasta el momento, irremplazable. Ciertamente adolece de fallas y yerros, pero la responsabilidad de ello no es de la organización, sino de sus Estados miembros, especialmente de los 5 miembros permanentes de su Consejo de Seguridad. La ONU, en síntesis, no es más que un espejo que reflejan las realidades políticas del mundo.

Tanto la ONU, como su antecesora, la Sociedad de las Naciones, fueron de gran importancia para México, pues nos permitieron salir del aislamiento en que caímos después de la Revolución de 1910, y posteriormente durante la asfixiante Guerra Fría. Nuestra actuación en ellas permitió que la voz de México respecto a los problemas del mundo fuera escuchada, que nuestra diplomacia tuviera proyección internacional, y que defendiéramos los intereses nacionales más eficazmente. Ese encomiable activismo no solo fue del pasado, pues el año próximo ocuparemos por quinta ocasión un asiento no permanente en el Consejo de Seguridad, ya participamos en las fuerzas para el mantenimiento de paz, y somos uno de los diez principales contribuyentes de la organización. El que se otorgara el Premio Nobel de la Paz a nuestro insigne diplomático Alfonso García Robles, fue un reconocimiento a la labor mexicana para el desarme mundial.

Adicionalmente, el complejo sistema de organismos especializados de la ONU, nos ha permitido contribuir a la codificación de las muchas normas y procedimientos que sustentan la gobernanza global, y que recibiéramos cooperación del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), de lo que surgieron muchas instituciones y políticas públicas. Esa cooperación se continúa realizando a través de las 20 organizaciones, programas y fondos representados en nuestro país que, en el Marco Estratégico para el Desarrollo de 2013, interactúan cotidianamente con el gobierno, la sociedad civil, empresarios, academia, etc. Lamentablemente nada de lo anterior fue mencionado en el mensaje presidencial de hace días.

La brutal pandemia global que nos afecta y sus desastrosos efectos económicos, patentizan claramente lo indispensable de la cooperación multilateral en el atribulado siglo XXI, mismo que, desgraciadamente, el populismo nativista en boga menosprecia. Nuestro mundo está en muy mal estado, pero sin duda estaría mucho peor si no existiera la ONU.

Internacionalista, embajador de carrera y académico.

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