López Obrador, otrora crítico de la intervención del gobierno en las elecciones, cambió su discurso para dejar sentir su presencia y preferencia sin recato ni respeto, está imparable. Cada día aprovecha el espacio mediático que él mismo construye para promover a su candidata, denostar a la oposición y de paso al aparato garante de la libertad. Ni el INE o el TRIFE lo han podido frenar. Con su conducta, el escenario electoral es desolador, se avizora el horizonte de su especialidad, el del conflicto. Es un experto en la toma de calles, en el reproche a las reglas, con sus acciones prepara las condiciones para que reine la confusión ingrediente básico del miedo, ese, con el que solamente gana quien está en el poder.

Por tercera vez en este sexenio la sociedad civil se hizo sentir de manera espontánea sin marca partidista mostrando su músculo en defensa de la República. Cientos de miles de mujeres, hombres, niños, familias completas, de manera pacífica en más de 120 ciudades, se movilizaron para revelar su preocupación por la democracia, por las instituciones, por las leyes, son seres humanos que entienden que el orden da estabilidad y que su desprecio genera incertidumbre.

La manifestación del domingo reafirma la condición de que estamos más informados y formados, con acceso inmediato, sin censuras ni control, donde la comunicación fluye apropiándose del imaginario colectivo, el mismo que evade el propio Ejecutivo. Sus desatinados calificativos frente a la enorme presencia de quienes le repudian asoman al autoritario, a quien se siente dueño de la verdad absoluta y niega la evidente existencia de mexicanos con diversidad de pensamiento. Su rechazo a esta realidad surge como reflejo del rencor acuñado en años en contra de aquel que cavile desigual, para él, el simple hecho de ese ejercicio lo convierte en su enemigo jurado al que hay que aplastar, prueba de ello son los señalamientos flamígeros desde el púlpito de palacio eludiendo el debate de las ideas, porque es un convencido de que el diálogo es una pérdida de tiempo, no entiende que con su desplante se aleja de su presente, de esta población compuesta de jóvenes y adultos que demandan respuestas inmediatas, que exigen la confrontación de posturas como medio para enriquecer las decisiones.

No hay duda, la concentración de imperio produjo distanciamiento de quien dice dirigir con sus gobernados, se aisló de su entorno en una falsa burbuja, ante eso no quedó de otra más que la ruta de la declaración plural, legítima, directa y honesta, sin distingos de color, eso fue lo que vimos en el zócalo y en todo el país.

La fuerza del movimiento reclama respeto a la vida democrática, demanda que no debe menospreciarse, de ahí que la respuesta del Mandatario fue equivocada, vilipendiar la preocupación de tantos es un acto que no solo atenta contra la expresión en sí misma, también erosiona el entorno de paz cuyo origen fundamental se consolida al escuchar el disenso, atenderlo, entenderlo y juntos encontrar vías de coincidencia que a todos beneficien, a eso se le llama hacer política.

Las opiniones siempre tienen variedad de origen ideológico, tanto como seres humanos haya, y decididamente todas son respetables, no estar de acuerdo con los demás no tiene por qué dividirnos, es precisamente la discrepancia lo que nos diferencia como una comunidad que razona, tolerante, progresista, lamentablemente, esto, no lo concibe el Presidente.

Bien por la sociedad, la exteriorización de su molestia nos fortalece.

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