El autoritarismo siempre ha venido envuelto en distintos colores, ha asumido formas diversas y se ha construido en países distintos con reglas particulares. Sin embargo, las dictaduras, los totalitarismos, las autocracias en general tuvieron durante mucho tiempo características comunes que las hacía fácilmente reconocibles. Una en particular, su abierto antagonismo con la democracia y su ideología.

Esto no fue obstáculo para que muchos regímenes autoritarios, incluidos algunos de los de más triste memoria como el nacional-socialismo en la Alemania de Hitler, utilizaran las reglas de la democracia para adueñarse del poder. La propia democracia abriendo la puerta para que sus detractores pudieran, primero expresarse en su contra y luego ocupar espacios de poder. Gracias a las reglas de la democracia y muy a su pesar, han llegado al poder demagogos de la talla de Hugo Chávez en Venezuela o Erdogan en Turquía.

Más recientemente las reglas de la democracia hicieron posible el arribo de Donald Trump a la Casa Blanca. Un presidente que desde un inicio se dio a la tarea de encontrar espacios para minar a la democracia, para debilitar sus instituciones, para confrontar, dividir, polarizar. Trump es hoy la cara más evidente de que incluso el arquetipo de la democracia puede llegar a desmoronarse y de que el autoritarismo ha dejado de ser un concepto con límites discernibles, con ideología definida y un líder con la batuta.

La legitimidad ha reemplazado al fraude. Millones votan, aplauden y apoyan. El líder autoritario se erige en defensor de libertades y derechos y se enfrenta a partidos con posibilidades reales de vencerle. Biden es, a todo esto, una posibilidad imperfecta. La represión no es más una represión dura y continua, es difusa. Se reprimen manifestaciones como las acontecidas en meses pasados y contra el movimiento Black Lives Matter, pero luego la presión social y política obliga a dar un paso atrás. Sin embargo, la tensión continúa y se está haciendo presente en la campaña electoral, con diversos actos de violencia y enfrentamientos entre quienes apoyan a Trump y sus detractores. La democracia del caos.

Pero quizá la mayor preocupación no queda en lo que es o no es hoy Estados Unidos. Los votantes en Estados Unidos deben saber que lo que se definirá en noviembre es si la democracia vive o muere. Los derechos y libertades enarbolados por la democracia y protegidos por sus instituciones hoy están en vilo. Se cuestiona la congruencia con la que pueden aplicarse las reglas, quien las aplica y sus razones. La virulencia de los ataques de partidarios de Trump contra sus detractores es comparable con la virulencia de las protestas de BLM que iniciaron en Portland hace varios meses. Ambas cosas producto de la polarización enarbolada por el propio Presidente de Estados Unidos. Ambas, muestras del desgaste de un régimen que hoy no es claro si sigue siendo democracia o si acaso ya puede llamársele autoritarismo.

Porque la indefinición es un signo de inexistencia. La imposibilidad de calificar lo que hoy existe en Estados Unidos como una democracia demuestra que ya no lo es. Y en caso de que Trump gane de nuevo, reforzado por la legitimidad electoral, lo que venga puede ser aún peor.

Twitter: @solange_

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