El reciente triunfo de Gustavo Petro en Colombia se ha convertido en un tema de debate en México. El exguerrillero del M-19 se convirtió el fin de semana en el primer presidente proveniente de una guerrilla, cambiando la historia de la tercera economía más grande de la región.

En un país con la historia de violencia y sangre originada por los grupos guerrilleros, llama la atención que fuera precisamente un exmilitante el que ganara las elecciones. Pero el triunfo de Rodolfo Hernández poco cambiaría el rumbo de las cosas en la región. Hernández, un populista de derecha que estuvo a punto de ganar la Presidencia gracias a su propuesta antisistema.

El triunfo de Petro estuvo enmarcado por la crisis económica postpandemia, el aumento de la violencia y la inseguridad, el crecimiento del descontento social originado por los altos índices de pobreza y desigualdad. Motivos que también llevaron al triunfo a políticos de derecha y a populistas en otros países de la región.

Como Bukele en El Salvador, Pedro Castillo en Perú o Gabriel Boric en Chile, la imagen de ser distintos a la élite política los catapultó sin importar sus propuestas, su experiencia o su espectro ideológico. Lo hizo en su momento Bolsonaro en Brasil, Trump en Estados Unidos y, por irónico que parezca (por su pertenencia por décadas a la élite política), fue una de las razones del triunfo de López Obrador en México en 2018.

El problema con el voto antisistema es que se carece de certeza de los resultados que traerá y en algunos casos, incluso de la seguridad de que la democracia misma sobreviva. Aunque eso parece no importar al momento de acudir a las urnas. En las elecciones de los últimos cuatro años en 15 países de América Latina, ningún candidato del mismo partido gobernante ha ganado, ni tampoco se ha logrado la reelección en los países en que está permitida.

Con el triunfo de Petro pareciera también consolidarse una nueva marea rosa en la región, similar a aquella que en la primera década de los años 2000 llevó al poder a Chávez en Venezuela, a Evo Morales en Bolivia y a Daniel Ortega en Nicaragua. Llevados por el voto antisistema que terminó por romper también con la democracia.

En lo que resta de este 2022 aún falta por ver lo que sucederá en las elecciones presidenciales de Brasil, en octubre, donde el expresidente de izquierda Lula ha recuperado terreno frente al desastroso gobierno de Jair Bolsonaro.

Las democracias latinoamericanas se desmoronan; el populismo (de izquierda y derecha) continúa ganando terreno y en los últimos años hemos sido testigos de alternancias hacia lo antisistema motivadas por el descontento social. Esto pone contra las cuerdas al sistema de partidos tradicional que ha demostrado ser incapaz de hacer frente a las promesas populistas y cuya credibilidad se ha puesto en entredicho debido a los múltiples escándalos de corrupción y la profundización de la desigualdad y la pobreza.

Por supuesto, no todos los nuevos gobiernos romperán con la democracia. El número de ellos que lo hará aún está por verse. Lo que sí es seguro, es que veremos un nuevo impulso a los lazos con dictaduras de la región encabezadas por Cuba, Venezuela y Nicaragua; un impulso a la relación económica con China y el aumento de la retórica antinorteamericana.

Twitter: @solange_

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