Había un chiste en los tiempos en que existía la URSS: se convocó a un concurso de ensayo sobre las bondades de su sistema socialista. El ganador del tercer lugar recibía como premio un mes de estancia en Moscú; el ganador del segundo lugar recibía como premio quince días de estancia en Moscú y el ganador del primer lugar recibía como premio una semana de estancia en Moscú.

Esto viene a cuento para cerrar la serie de metáforas con las que he venido comparando lo que sucede en otros países o lo que ha sucedido en el nuestro en otros momentos, con lo que pasa en el México de la así llamada 4T.

Andrés Manuel López Obrador luchó durante 30 años en contra del sistema político que le impedía alcanzar los cargos gubernamentales que deseaba: desde ser gobernador de su estado natal hasta ser Presidente de México.

Aquello nunca lo consiguió, pero esto sí, después de varios intentos. Pero como en el chiste, ahora quiere su premio según el modelo ruso: un ratito y luego adiós. Y por eso se la pasa diciendo que se someterá a la revocación de mandato e incluso ha anunciado que va a adelantar la fecha de su posible salida del cargo.

¿Por qué la prisa?

¿Quizá porque se dio cuenta de que ser presidente significa una enorme cantidad de trabajo burocrático, algo que no luce ni es aplaudido? ¿Quizá porque se hartó de soportar las presiones de dentro y de fuera y de las dificultades para conseguir lo que desea? ¿Quizá porque el Covid vino a devolverle 11 millones de pobres al país (según CEPAL) y 12 millones de desempleados (según INEGI) y a hundir la economía? ¿Quizá porque se da cuenta de que por más que se propone luchar contra la corrupción, ha sido imposible erradicarla? ¿Quizá porque se da cuenta que por más que recorte y quite por acá y por allá de todos modos no le alcanza y encima daña a muchos? ¿Quizá porque no entiende por qué hay descontento y crítica, si lo que dice y hace debería tener felices a todos? ¿Quizá porque sabe que muchos que votaron por él y por su partido político es probable que no lo hagan otra vez? ¿O quizá porque teme que su legado no va a ser el que quiere que sea o que pueda sucederle lo que a Gandhi, a quien se le consideró en India el Padre de la Patria, pero con el paso del tiempo los hindús de hoy lo acusan de muchas cosas, entre ellas no haber sido capaz de la conciliación con otros grupos políticos?

Por supuesto, él no lo dice así, sino que lo presenta como si fuera el máximo acto democrático, en el que si el pueblo ya no me quiere, pues me voy. Pero a decir verdad, ya hemos visto en el pasado que no le gusta terminar lo que empieza: sale y entra a convenciencia de los partidos políticos, cuando fue jefe de gobierno de la Ciudad de México, dejó el cargo porque quería ser Presidente y que ahora que es Presidente se quiere ir porque dice que así va a darle gusto al pueblo.

Pero AMLO no se debe ir. Y eso por una razón simple: porque se echó el compromiso y lo debe terminar. Él habla mucho de moral y eso es lo moralmente correcto. Y ni modo de haber puesto todo “patas p’arriba”, como le dijo Cosío Villegas a Echeverría, para luego tranquilamente decir adiós, dejándonos la economía por los suelos, la política revuelta, la inseguridad peor que nunca, a la sociedad dividida y algunas obras faraónicas sin concluir.

Escritora e investigadora en la UNAM. sarasef@prodigy.net.mxwww.sarasefchovich.com

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