En un parque de diversiones, dos personas del mismo sexo se besan, lo que genera molestia de algunos paseantes, quienes solicitan su intervención a las autoridades del lugar. Pero cuando éstas les piden, amablemente, que no lo hagan, aquellos los acusan de vulnerar sus derechos.

En la alberca de un centro deportivo, un sujeto toma el sol en un traje de baño tan reducido que apenas si le cubre los genitales. Algunos visitantes se quejan y la dirección del lugar le pide, de manera respetuosa, que se vista, pero dicha persona considera que eso vulnera sus derechos.

Unas feministas están enojadas por los feminicidios y desapariciones de mujeres y consideran que para exigirle al gobierno que detenga esto, tienen derecho a pintar y romper monumentos.

Unos maestros toman las vías del tren para que el gobierno les dé dinero y les parece que es su derecho hacerlo así.

Pero, ¿qué pasa con los derechos de los demás? ¿Los de quienes no quieren presenciar que se besen dos personas o que alguien exhiba su cuerpo desnudo en un lugar público, los de quienes quieren que el patrimonio de su ciudad no se destruya o que sus mercancías lleguen a su destino?

En un seminario reciente en El Colegio de México, se habló sobre el discurso de odio en las redes sociales y lo que allí se dijo es útil para este tema: cada quien, dijeron los ponentes, tiene una idea diferente de lo que es discurso de odio. Lo que a mí me puede parecer que lo es, a tí te puede parecer que no lo es. Y esa es la razón por la cual no se ha podido legislar al respecto, pues para algunos si se emprenden acciones en contra de lo que otros consideran discurso de odio, significa coartar su derecho a la libertad de expresión.

Pues bien, lo mismo sucede con los ejemplos mencionados y por supuesto, con otros muchos. Hay quien considera que tiene derecho a besarse y a andar semidesnudo donde le plazca y quien considera que esto es ofensivo para sus valores. Hay quien considera que un monumento importa menos que la vida de una mujer o que unas mercancías importan menos que sus exigencias. ¿Cómo darle gusto a todos, cuando los puntos de vista son incompatibles?

No lo sé. Porque estamos viendo que apelar al bien común o al respeto a las creencias, deseos o necesidades del otro nomás no funciona. A nadie le importa el otro, todos consideran lo suyo como lo único importante.

Entonces, la pregunta está en el aire: ¿Derechos? ¿Los de quién? ¿Cómo se va a decidir eso?

Hoy esto se está “resolviendo” por la ley del más fuerte. El que considera que le ofende lo que dice o hace el otro, recurre a la violencia verbal y física para evitarlo. El otro se defiende con las mismas herramientas. Y a ver quién gana.

El huachicolero agrede al guardia nacional y la feminista a la mujer policía, los que se besan demandan a la administración del parque y el bañista no hace caso de la petición, un vecino pone música toda la noche y no le importa que el otro quiera dormir, unos estudiantes toman la caseta de cobro aunque miles de personas se queden atrapadas en la carretera y una gobernadora exhibe a un político al que detesta, aunque eso arrastre a un montón de gente que no tiene que ver, algunos taxistas impiden que otros taxistas den servicio en el aeropuerto aunque los viajeros sean los que se amuelan. Todos ellos afirman estar ejerciendo sus derechos, pero todos lo hacen pisoteando los del otro.

Escritora e investigadora en la UNAM.
 sarasef@prodigy.net.mx www.sarasefchovich.com


 

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