La semana pasada, escribí en este espacio mi desacuerdo con el anuncio del gobierno federal sobre cómo va a ser el orden para vacunar a los ciudadanos contra el coronavirus. Algunos lector es estuvieron de acuerdo y otros se molestaron conmigo por proponer que primero deberían recibir su inoculación quienes tienen que trabajar para mantener y atender a sus familias.

Pero todo ese debate, hoy ya no tiene sentido. Pues como me escribió un lector, no se trata de un plan de vacunación sino solo de un calendario con una lista de edades, y lo que es más, un calendario que o se va a poder cumplir por varias razones:

La primera: que no hay ni habrá a corto plazo, suficiente vacuna para todos los ciudadanos. 90 millones de mexicanos deberán ser inoculados, según las fechas del gobierno, entre diciembre de este año y abril del próximo. Eso suena muy bien, pero el problema es que no hay vacuna para ello.

La segunda: que aún si sucediera el milagro y hubiera vacuna suficiente, no hay manera de conservarla adecuadamente (con la temperatura y las condiciones que se requieren) y tampoco existe la logística necesaria para distribuirla. A la ruptura de vínculos con las farmacéuticas, so pretexto de frenar la corrupción, se suma ahora la absurda decisión de no permitir que los gobernadores de los estados puedan intervenir para atender sus regiones comprando ellos sus vacunas, y la también absurda decisión de tampoco permitir que la empresa privada colabore en este esfuerzo titánico.

La tercera: que tampoco hay quien tenga la capacitación adecuada para manipular y aplicar la vacuna. Se trata de un medicamento complejo que requiere de cuidados específicos que van desde cómo sacarla del empaque (pues hay temperaturas y hasta movimientos que la echan a perder, así como tiempos entre su apertura y su aplicación que de no cumplirse la descomponen), hasta cómo inyectarla.

En nuestro país quienes están más capacitados para hacer este tipo de labor de atención masiva y en todo el territorio son el ejército y la marina, pero ni tienen suficientes elementos para un caso de esta naturaleza que requiere de acción rápida y simultánea, ni tienen la capacitación específica para manejar y aplicar ésta vacuna.

La cuarta: que no tenemos una cultura capaz de organizarse para atender y resolver problemas. Y si no me creen, basta con voltear a ver lo que sucede para darnos cuenta que aún siendo situaciones mucho más sencillas, no tenemos forma de hacer las cosas ordenadamente. Allí está Tabasco donde prometieron entregar 10,000 pesos a cada damnificado por las inundaciones, y miles de personas llevan días haciendo cola sin que la burocracia sea capaz de entregarles su dinero. Y allí está la Ciudad de México, en semáforo rojo, con miles de contagiados y los hospitales saturados, obligando a los policías a hacer largas colas todos apeñuscados para recibir un vale de despensa.

Si nadie puede organizar a las personas para que no suceda esto, si nadie puede detener las aglomeraciones ni las filas de derechohabientes frente a las oficinas, en las calles y en los mercados ¿de dónde suponen que se va a poder organizar la aplicación ordenada de la vacuna?

Solo en la imaginación de quienes quieren creer que somos de otra manera.

Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx www.sarasefchovich.com

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