“Los agentes encontraron los cuerpos en el fondo de un barranco. Fueron once muertos.”

Todos los días nos enteramos de noticias como ésta. Podían ser peregrinos que iban a tal santuario y su autobús se fue a la barranca, vacacionistas que iban a tal playa y su camión se estrelló contra un tráiler, peatones que circulaban sobre una banqueta y fueron arrollados por un camión, personas que cruzaban una calle y fueron atropelladas por un auto.

No hay que esforzarse demasiado para encontrar los casos: basta prender el radio o la tele, abrir un periódico o picar en google y aparecen. En todas partes, no hay un estado de la República que no tenga por lo menos un accidente de este tipo cada tanto.

Y siempre es lo mismo: se trata de transportes a los que les fallaron los frenos, choferes que se quedaron dormidos, automovilistas que iban a exceso de velocidad, trailers que coletearon, camiones de carga que se fueron sobre el otro carril, asfalto en el que había aceite derramado, baches o curvas mal señalizadas. Y en todos ellos, el resultado son muertos y heridos: hombres jóvenes y viejos, trabajadores y desempleados y jubilados, estudiantes y ninis, amas de casa y embarazadas, niños en edad escolar y recién nacidos, todo el espectro de la sociedad mexicana aparece en estos accidentes, en todas las carreteras y caminos de este territorio nuestro.

Estos muertos no entran en las estadísticas de la violencia. Pero Claudio López Guerra, en un artículo publicado hace ocho años en la revista Nexos dice que sí se trata de crimen organizado, pues los muertos lo fueron por la negligencia de los dueños del transporte público cuyos equipos están obsoletos y mal mantenidos o cuyos choferes o no tienen capacitación adecuada, por la negligencia de los automovilistas y camioneros que manejan mal y no respetan semáforos ni curvas ni señalizaciones o van a exceso de velocidad, y por las redes corruptas de funcionarios y transportistas y de los gobiernos que permiten que eso suceda.

Se trata de asesinatos, de homicidios (ahora la jerga jurídica habla de imprudenciales y dolosos y culposos, pero para el muerto y para su familia es exactamente lo mismo la manera como lo clasifiquen) que solo suceden en lugares (como México, India, Filipinas, Pakistán) donde los gobiernos no tienen el menor interés o capacidad para evitarlo.

Y sin embargo, el horror cotidiano dice este autor, ya no parece indignar a nadie. Y ese es exactamente el problema. Nos hemos acostumbrado a que parezca más importante el horror de la violencia de los delincuentes (qué horror: colgaron a tres de un puente) que el de la violencia de las personas “normales”, o “comunes y corrientes (qué barbaridad, se fue un camión de pasajeros a la barranca). Pero “el punto es que (Javier) Sicilia no debería producirnos más simpatía que el padre del niño que murió a manos de un microbusero” dice el autor, porque ambos son víctimas de que el Estado no haga lo que tiene que hacer.

Las mujeres han salido a las calles en México (y de otras partes del mundo) para exigirle a los gobiernos que cumplan. ¿Quién saldrá a gritar para que también haga lo que le corresponde en esta materia, para protestar por las víctimas de accidentes que no tendrían por qué ocurrir? A la impresionante canción de las chilenas “el violador eres tú”, podríamos replicar con “el asesino eres tú”: tú el que no invierte en mantener en buen estado los camiones y en capacitar a los choferes y en arreglar el asfalto y en castigar a los incumplidos.

A las impresionantes pancartas de “Ni un muerto más”, “ni una persona menos”, “nos faltan once, cuatro, uno” debemos agregar a los que fallecieron en el accidente tal, en el accidente cual, un día de enero, de julio, de noviembre, cuando el autobús en el que viajaban se fue al barranco o se estrelló contra la barda o atropelló a un peatón.

¿Tampoco esta violencia la vamos a combatir?

Google News

TEMAS RELACIONADOS