En un evento que se llevó a cabo recientemente en el Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México, Budour Hussein, abogada y periodista palestina radicada en Jerusalém, dijo: “Sólo vemos posible el cambio desde la calle”. Y agregó: “Las movilizaciones en las grandes ciudades del mundo fueron una inspiración. Nuestro modelo de resistencia dejó de ser una voz pasiva. Ahora es un modelo de confrontación”.

La respuesta de los asistentes fue aplaudir fuerte sus palabras y apoyar su idea de que hay que salir a la calle y confrontar al gobierno.

Pero cuando hace unos días miles de cubanos salieron a la calle en una inédita protesta contra su gobierno, la respuesta no fue aplaudir y apoyar, sino al contrario, acusarlos de querer dañar a la revolución: “Está ocurriendo una fuerte y agresiva campaña de manipulación orquestada desde los Estados Unidos con la finalidad de buscar un golpe blando que sirva para justificar una intervención militar contra Cuba” dice un manifiesto que circula en las redes.

De modo pues, que la misma acción de salir a la calle a protestar y a exigirle al gobierno es valorada de manera diferente según a cada cual le parece. Para algunos es un acto revolucionario, para otros contrarrevolucionario; para unos es justo, para otros injusto. Véase el caso también reciente de Chile, en el cual se aplaudió y apoyó a los manifestantes que protestaban contra “las medidas económicas desacertadas, el aumento del desempleo y de la desigualdad” pero eso mismo no se quiere reconocer para Cuba.

Ese mismo doble modo de medir, se aplica respecto a la reacción de los gobiernos a las protestas: en algunos casos se la considera como represión y en otros como la actitud correcta. Por ejemplo, en las protestas de hace algunas semanas en Colombia, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos dijo que la acción policiaca del gobierno de Ivan Duque fue excesiva, pero en el caso de la acción policiaca del gobierno de Díaz Canel, muchos grupos la han considerado adecuada.

En México hemos visto esa doble actitud: cuando Andrés Manuel López Obrador consideró que perdió la elección presidencial en el 2006, sus seguidores se instalaron en plantón durante tres meses en el zócalo y varias calles de la Ciudad de México, pero cuando era jefe de gobierno y hubo una marcha para protestar por los secuestros o cuando ya como Presidente las feministas levantaron un mural a las puertas de Palacio Nacional en protesta por las mujeres violadas, desaparecidas y asesinadas, en las dos ocasiones descalificó la toma de la calle y acusó a los participantes de estar manipulados por intereses oscuros.

Es evidente que cada quien considera que su causa es la justa y la del otro está equivocada, que la verdad es suya y la mentira es del otro, que el progresista es él y el conservador es el otro.

Pero a fin de cuentas, lo triste de todo esto es que quienes salen a las calles, por igual en Palestina que en Cuba, en Colombia que en Chile, en Francia que en México, lo que realmente quieren, como dijo la activista palestina, es “vivir”. Y eso significa, así lo dijo ella, “hacer tik toks, subir fotos en Instagram”, es decir, ser como todos los jóvenes del mundo de hoy.

Pero para eso, necesitan alimentos, medicinas, luz, transporte, empleo. Y sobre todo y por encima de todo, libertad.

Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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