Entre 1975 y 1980, el escritor Luis Spota publicó una serie de seis novelas que reunió bajo el título de La costumbre del poder. En la primera, Retrato hablado, se refirió al poder económico y a los métodos para conseguirlo; en la segunda, Palabras mayores, al poder político y a los métodos de su ejercicio; en la tercera, Sobre la marcha, a la campaña presidencial y sus promesas; en la cuarta, El primer día, al pleito entre el presidente saliente y el presidente entrante en el país en crisis; en la quinta, El rostro del sueño, al surgimiento de focos guerrilleros y en la sexta y última, La víspera del trueno, a la decisión de un grupo de militares de intervenir para detener el desastre en que los políticos, empresarios y guerrilleros lo habían dejado.

Esta última es la que tomo para la metáfora de hoy. Porque mientras los seguidores de la 4T ven amenazas por parte de grupos civiles, otros las ven en el excesivo poder que se les está dando a los militares.

Y es que a ellos ya no solamente se les asignan las tareas de seguridad que les corresponden por ley y no solo se les mantiene en la calle a pesar de la promesa de campaña de regresarlos a los cuarteles, sino que se les han dado otras muchas encomiendas.

El Ejecutivo ha decidido que sean soldados quienes construyan obras de infraestructura, (el nuevo aeropuerto, partes del tren maya, los bancos de bienestar, las sedes para la Guardia Nacional y varios hospitales), que resguarden ductos de Pemex y refinerías, que repartan libros de texto, vigilen la entrega de las ayudas sociales, cuiden las fronteras frente al flujo de migrantes, siembren árboles y participen en los programas de capacitación para jóvenes, y más recientemente, que se hagan cargo de las aduanas y los puertos y hasta que vigilen a los periodistas críticos. Y todo esto se justifica, nos dicen, en aras de combatir la corrupción.

En la novela citada, Spota muestra a jóvenes cuadros del ejército, hartos del discurso triunfalista del gobierno que solo encubre la pésima administración, la ineficiencia y la corrupción y que es aplaudido nada más por sus propios porristas, y consideran que ha llegado el momento de poner “orden en la casa”. Los militares aparecen como bien preparados, pues además de soldados, son ingenieros, médicos, abogados, expertos en comunicaciones y tecnología. Y llevan a cabo su proyecto de manera impecable.

Escribe Spota: “Exactamente a las nueve con cuatro minutos, el coronel DEM Fortino Abaunza abandonó su asiento y en el silencio que se había creado entre los que ocupaban las mesas en el gimnasio “Héroes de las fuerzas armadas”, se dirigió a los micrófonos. Firme se escuchó su voz.

A esa misma hora, cientos de oficiales empezaron a hacerse cargo, sin violencia, prisa o abuso de autoridad (con la precisión que les daba haber ensayado teóricamente ese operativo varios meses) de todos los centros del poder político, económico y administrativo. Para las nueve veinte, los jóvenes militares terminaron la captura del país”.

Hay que recordar a Spota en este momento, porque si bien los tiempos son otros y los golpes de Estado parece que quedaron atrás, no por eso debemos cerrar los ojos ante lo que puede significar darle tanto poder al ejército y a la marina, algo que por cierto, le advirtió al Presidente el secretario de Comunicaciones y Transportes que por eso renunció a su cargo.

Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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