La pandemia “ha llegado a los campos de refugiados hacinados e insalubres”, escribió el pasado 20 de abril Blanca Garcés Mascareñas en el diario español El País, refiriéndose a lo que está sucediendo en la frontera greco-turca.

La respuesta del gobierno griego frente a esa situación fue la de cerrar esos campos y expulsar a quienes allí vivían. Como explicó la periodista: “El miedo a la pandemia les permitió justificar lo que hasta ahora parecía injustificable. Los migrantes que de por sí vivían en condiciones terribles, ahora han visto cerrados por completo los lugares para refugiados”.

Y no solo eso: también se hicieron deportaciones. Porque las autoridades no quieren tener en sus manos la papa caliente de los enfermos y los muertos por coronavirus.

La respuesta brutal no es ex clusiva del gobierno griego.

México ha hecho algo similar, aunque lo ha encubierto con un discurso diferente. Así, mientras la secretaria de Gobernación dice que “la sociedad mexicana es solidaria con quienes huyen de su país por razones políticas o por la violencia perpetrada por grupos criminales”, desde el pasado mes de marzo, se comenzó a repatriar a casi cuatro mil centroamericanos de Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua (el porcentaje de devolución es de cerca del 60% de los migrantes) y se cerraron los lugares en los que habitaban. Escribe Fabiola Martínez: “Las estaciones del Instituto Nacional de Migración son 65 y tienen capacidad de albergar a 8,500 personas, pero están prácticamente vacías luego de que se desalojó a los extranjeros”.

No hay que ser especialmente avizado para darse cuenta de que hay una brecha entre el discurso de solidaridad con los inmigrantes y la realidad de lo que se está haciendo con ellos. Así lo manifestó Porfirio Muñoz Ledo en su Twitter: “Los migrantes son maltratados y sus derechos violentados. Es una actitud indigna de México”. Y termina acusando de hipocresía a la SEGOB.

Y en efecto, todo indica que así es, pues tanto en el Día Mundial de los Refugiados el pasado 20 de junio, como en el evento conmemorativo por los 40 años de existencia de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados, volvimos a escuchar los preciosos discursos (“La política mexicana es de recepción a los migrantes que busquen apoyo en la nación”, “Los migrantes son un elemento de suma importancia para enriquecer la cultura, hacernos crecer espiritualmente y estimular el crecimiento social y económico”), al mismo tiempo que el ejército está impidiendo la entrada de los migrantes en la frontera sur, se mantienen cerradas las estaciones migratorias y se hacen deportaciones.

El Presidente ha culpado de esto al incumplimiento por parte de Estados Unidos de sus promesas de apoyar al sureste para crear empleos y frenar la migración hacia el norte. Pero no es nada más eso. Este proceder también se puede explicar por lo que quieren muchos ciudadanos mexicanos. Véase por ejemplo lo que le respondieron a Muñoz Ledo: “Lamentamos que haya tantos inmigrantes en el país, tanto por la situación económica (Dígales que ya se pueden regresar, este país está en construcción y no es posible ayudarlos), como por la inseguridad (Échese una vuelta a poblados de Michoacán, Guerrero y Tamaulipas, a ver si se respetan los derechos humanos de los mexicanos. Somos candil de la calle.) Uno de ellos concluyó: “México no es apto para ser un país con fronteras abiertas”.

Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mxwww.sarasefchovich.com

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