Hace unos días hubo un despliegue mediático por una perra que fue severamente golpeada por su dueño, lo cual se supo por un video tomado por una familiar del sujeto.

Cada tanto se reitera el escándalo: niños que le prenden un cohete en el ojo a una perra en Jalisco, jóvenes en Colima que suben a las redes sociales un maltrato tan brutal a un perro callejero, que los aullidos de dolor del animal traspasan el espacio virtual, una muchacha en la Ciudad de México que avienta a su propio perro contra la pared, un viejo que mete al suyo en un costal y lo arroja a un basurero, vecinos que saben de un tipo que tiene varios perros encerrados, a los que golpea sin piedad hasta dejarlos ciegos, sordos o muertos, niños campesinos que para divertirse apedrean a una burra a la que amarran a un árbol, lastiman gatos y pájaros, parten víboras o prenden fuego a insectos. En las peleas de perros el castigo para el perdedor es apalearlo hasta morir y el premio para el ganador es no curarle las heridas.

Pero no pasa de allí, unos días después la noticia se olvida. Y por supuesto, no nos enteramos ni de la mínima parte del maltrato que se ejerce en México, de manera absolutamente impune, contra los animales.

Por ejemplo, contra las tortugas en las playas a donde van a poner sus huevos; en los rastros que tienen una manera muy cruel de sacrificar a los animales, incluido el de la presumida capital; en las condiciones de la cría de aves o de cerdos y del trato a la fauna marina con la pesca, que deberían quitarnos el apetito.

Por ejemplo, en las costumbres populares en las que maltratan severamente a animales como los chivos en Tehuacán, Puebla; los animales pequeños en Izamal, Yucatán, y los toros en varias zonas de Veracruz, que deberían quitarnos el sueño.

Por ejemplo, en San Bernabé, ese lugar en el Estado de México al que llevan animales que ya nadie quiere, enfermos y lastimados, y a los que tratan con crueldad.

Hace algunas semanas la organización change.org reunió más de 80 mil firmas para exigirle al gobierno de Yucatán detener el maltrato a los caballos que prestan el servicio turístico de pasear a las personas, luego de que uno cayó muerto por el calor y porque su dueño no le daba agua. Y la prensa habló de un burro que le fue arrebatado a sus dueños por no pagar la extorsión que le solicitaban las autoridades y que fue encarcelado sin agua ni comida durante 48 horas.

Políticos y partidos oportunistas ponen entre sus promesas que harán leyes para proteger a los animales y que impondrán castigos a quien los maltrate. Pero eso no pasa de ser discurso, y cuando pasa, muchas veces es peor, como fue el caso de la prohibición de tener animales en los circos, que terminó en que fueron abandonados y, como publicó un diario de circulación nacional que investigó el destino de esos seres: “80% murió”. Eso sí: no los hemos escuchado protestar por las corridas de toros y las peleas de gallos, porque atrás de ellas hay fuertes intereses económicos que los hacen quedarse calladitos. Ni protestar cuando unos campesinos oaxaqueños llegaron a la Ciudad de México para solicitar atención y aventaban desde los camiones de redilas a las vacas que se estrellaban contra el piso retorciéndose de dolor y luego destazaron a una haciéndola sufrir de manera terrible, escena que se ha repetido en otros casos.

En la tradición judía, el mundo se sostiene en pie gracias a que siempre hay siete justos que salvan a la humanidad de su propia manera de comportarse. Y es que si bien hay muchos malvados y violentos, también hay gente buena. Es el caso de quienes rescataron a la perra Merry en Iztapalapa y a la burra apedreada en Tepeji del Río.

Pero como dice una activista por los derechos de los animales: “Vemos con tristeza y desesperación que todos los esfuerzos que hacemos desde hace décadas son infructuosos”. Y su conclusión es terrible: “México es desalmado”.


Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx

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