Las acciones sociales dan lugar a una diversidad de discursos, los cuales tienen diferentes versiones de las mismas. ¿Cuál de las versiones es cierta? Difícil saberlo, porque lo que los actores sociales dicen que hacen, quieren, pretenden lograr y han conseguido, se enfrenta a lo que dicen los otros, que los desmienten.

El desacuerdo es inevitable. Por más que cada uno de los bandos se defienda con argumentos y razones, no les parecerán igualmente convincentes a los miembros de los grupos contrarios, y entonces se presenta un conflicto irreconciliable que grosso modo, es entre quienes tienen acceso a los agentes y recursos del gobierno y quienes no lo tienen, o dicho en otras palabras, quienes son miembros y quienes son disidentes.

Por eso el conflicto social es también un conflicto discursivo, ya que los discursos encarnan y expresan el choque de ideologías e intereses y la lucha por el poder.

Por ejemplo, cuando cada uno de ellos se presenta a sí mismo como “los buenos” y a los otros como “los malos”, aquellos consideran que luchan por la justicia y por terminar con la desigualdad, la pobreza, la injusticia y la marginación, que según ellos los otros impiden, y éstos dicen que aquellos son una amenaza para el orden, atentan contra el estado de derecho y quiebran la estabilidad.

El discurso de cada lado pretende convencer a la sociedad de que el modo suyo de hacer las cosas es el correcto (lo cual va aparejado a la necesidad de desacreditar el modo del otro), así como para legitimarlo.

Y para eso, cada uno de los bandos en pugna va a construirlo de tal manera, que sirva para configurar un significado preciso capaz de lograr ese fin.

Debido a ello, se trata siempre, como dicen los estudiosos, de una comunicación que tiene un objetivo tendencioso, el cual se expresa en varios niveles: desde las palabras seleccionadas (por ejemplo, cuando el gobierno habla de adversarios, de conservadores y de golpistas, y la oposición habla de mentirosos, de populistas y de que no respetan la ley); hasta el modo de representar a la realidad que promueve cierto tipo de explicaciones (de quién es la culpa de lo que sucede, a quién hay que castigar por ello y cómo debe ser ese castigo). Y por fin, en el nivel más profundo, no sólo establecen la forma como se deben considerar las cosas y no sólo legitiman cierto punto de vista, sino que hacen que eso adquiera un carácter natural, no cuestionado ni cuestionable, como convicciones válidas universalmente.

Todo lo anterior, como sostiene Paul B. Armstrong, lleva a que las personas crean en algo por un acto de fe que la lógica no puede imponer por sí misma y que nunca puede ser justificado de manera completa y concluyente.

En eso estamos en México hoy: de un lado el gobierno y sus seguidores, que aceptan una versión de los hechos y califican de mentirosa a la que la pone en duda o la critica, y del otro lado los opositores, que no aceptan esa versión, la califican de mentirosa, dudan de ella y la critican. Cada uno de los bandos considera que quien no cree a pie juntillas en su versión, le está haciendo el caldo gordo al enemigo y quiere juzgarlo y hasta castigarlo por eso.

¡Pobres de los ciudadanos, obligados a estar de un lado o de otro, sin posibilidad de mediaciones ni de terceras vías, peleando entre nosotros por los dimes y diretes de quienes tienen el poder y el dinero y nos usan como carnada!

Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com