Hace algunas semanas, un joven mató a un perro a machetazos. Lo que dijo para “explicar” su barbarie, fue que el animal había atacado a su novia, de lo cual no hay evidencia alguna, ni en el cuerpo de la susodicha ni en los testimonios de quienes lo presenciaron, habitantes del lugar que conocían al can y sabían que era tranquilo y bondadoso.

Cosas como estas suceden todos los días en todo el país: un grupo de niños o de jóvenes comunes y corrientes, hijos de familia, que son estudiantes o trabajadores, rocían con gasolina a un animal y le prenden fuego, o le amarran un cuete en un ojo, o lo matan a patadas o a pedradas.

¿Por qué lo hacen?

Por diversión, por enojo, por miedo, por frustración, por deseo de que alguien los mire, por impresionar a sus pares.

Pero, con la excepción de algunos grupos protectores de animales, a nadie le importa y mucho menos se ejerce alguna acción de justicia en contra de ellos.

Y es que por lo visto, no nos hemos dado cuenta del significado profundo de estas acciones, que hoy pueden parecer poco importantes en medio de tantas situaciones terribles que vivimos. Pero no lo son.

Y no lo son, primero, porque dan fe de que nos hemos convertido en una sociedad que no se inmuta ante la violencia ni ante la muerte, una sociedad a la que le da lo mismo si maltratan o matan un árbol, a un perro o a un ser humano, ni siquiera voltea a ver y sigue su vida como si nada, una sociedad que acepta sin chistar la impunidad y la inexistencia de la justicia.

Para ejemplificar esto, basta con ver cómo durante este proceso electoral, han sido asesinados muchos candidatos y aunque el Presidente asegura que “ya no es como antes y ya no hay impunidad”, no se sabe de un solo caso, uno siquiera, en que hayan sido detenidos los culpables.

Segundo, no lo son porque la tragedia es que éste presente se va a convertir en nuestro futuro. Un futuro en el que se va a lastimar y a matar al que cae mal o al que se envidia, o simple y sencillamente al débil, sea el niño que se sienta en la banca de junto en la escuela, la novia que termina la relación, el vecino que tiene un auto nuevo, el profesor que reprueba, el policía que levanta una infracción, el padre que no da suficiente dinero.

Allí está la historia para mostrar hasta dónde llegan las sociedades que permiten estos abusos: quienes luego se convirtieron en las juventudes hitlerianas empezaron martirizando gatos, y luego pasaron a los gitanos y a los homosexuales y a los judíos. Quienes cometen hoy las matanzas en escuelas y centros comerciales en Estados Unidos, repiten las conductas del Ku Klux Klan hacia los negros y las cacerías de los rancheros de Arizona contra mexicanos ilegales que no fueron castigadas en su momento.

Y tercero, no lo son porque nuestros niños y jóvenes están aprendiendo que sus padres y madres, hermanos y vecinos y amigos y maestros saben lo que ellos hacen, pero lo callan y lo toleran y hasta los defienden.

Nuestra sociedad no puede ni podrá salir de la violencia, mientras sigamos haciendo como que no vemos, mientras no pase nada y nadie castigue estas acciones, y mientras no queramos reconocer que los asesinos están entre nosotros practicando para el mañana y poniéndonos a prueba a todos.


Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx www.sarasefchovich.com