La semana pasada dediqué este espacio a presentar una petición que se subió a la plataforma Change.org para oponerse a la llamada Ley Varela, que una diputada de ese nombre presentó ante el congreso de la CDMX relativa a los derechos de los animales.

Recibí muchos comentarios, entre ellos el de una lectora que me dice que antes de calificar a la iniciativa “de inútil y como una propuesta hecha por locos”, debería considerar que “si bien esta ley es susceptible de reformas en algunos puntos, tiene varios puntos positivos”. Y menciona entre estos (los resumo): la prohibición de la crianza de animales y su venta pues eso permite hacer negocios turbios, la prohibición de los concursos y exhibiciones de belleza pues eso atenta contra la dignidad animal, la prohibición de tener animales para el trabajo pues se les explota y maltrata, la prohibición de las corridas de toros, peleas de perros y de gallos pues se hieren salvajemente y sufren mucho, la prohibición de que existan zoológicos pues son lugares de tortura para los animales. La misiva termina afirmando la urgencia de una legislación que permita rescatar la dignidad y respeto que merecen los animales.

Comienzo mi comentario de hoy diciendo que no podría yo estar más de acuerdo con que urge proteger a los animales, que en México son violentados con una saña y crueldad como en pocos países. He sido defensora de los derechos de los animales desde hace un cuarto de siglo, tanto activamente como a través de muchos textos publicados aquí en EL UNIVERSAL. Pero también he dicho, respecto a este y otros problemas, que cambiar las cosas se logra con leyes, pero sobre todo con educar a la sociedad.

Pero si a la ley nos referimos, estoy convencida de que no sirve cualquiera, necesitamos una que sea la correcta, porque ya vimos que lo mal hecho termina por provocar más daño que bien, como fue el caso de la que prohibió animales en los circos.

Lo correcto quiere decir que sea realista considerando a) que vivimos en un país en el que la pobreza obliga a las personas a tener animales de trabajo, b) que vivimos en un país en el que no está prohibido hacer negocios, c) que vivimos en un país en el que las personas no obedecen las leyes ni las autoridades se dan abasto para hacerlas cumplir, d) que vivimos en un país en el que tanto a las personas como a las autoridades les importan nada los animales.

Pero lo correcto también quiere decir que una ley no sirve cuando se hace a partir de la pura ideología, como es el caso. Oponerse a quienes hacen negocios, atribuir ideas clasistas a los animales, igualar todo sin reconocer que hay cosas más importantes que otras (es ridículo poner en el mismo nivel lo que sucede en ese horror que es San Bernabé en el Estado de México y en una exhibición de perros o castigar con más severidad al veterinario por la muerte de un perro callejero que por la de uno doméstico), sólo es señal de querer exhibir posturas políticamente correctas según la moda del día y más bien expresa los complejos de quienes lo proponen que las necesidades de los animales y las posibilidades de hacer una ley que resulte efectiva y aplicable en nuestro país.

En conclusión: por supuesto que hay que acabar con el sufrimiento de los caballos carretoneros en Neza y en carretas turísticas en Yucatán, pero hay que darle a los dueños formas para vivir sin eso. Y no hay que acabar con los perros que detectan drogas y ayudan a rescatar a personas atrapadas bajo los escombros. Y por supuesto hay que evitar el maltrato pero no prohibir los zoológicos. Y acabar con los espectáculos y apuestas en los que los animales sufren, pero eso no será posible mientras haya intereses poderosos atrás. Necesitamos urgentemente una ley, pero una que esté bien hecha, que contemple con realismo la situación y que no consista solo en prohibir sino también en proponer y ayudar.



Escritora e investigadora en la
UNAM. sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.c om

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