El miércoles 25 de mayo, el Papa Francisco saludó y abrazó en el Vaticano a Doña María Herrera, madre de cuatro hijos desaparecidos y uno de los rostros más emblemáticos de la violencia que ha lastimado a México durante los últimos tres lustros.

El encuentro, apoyado por el Gobierno Provincial de la Compañía de Jesús y acompañado por el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez A.C. (Centro Prodh), ocurrió en el contexto de la llegada de México a la triste cifra de 100,000 personas desaparecidas, según los registros oficiales.

El mensaje que doña María dejó en las manos de Francisco fue tan sencillo como contundente: “México ha llegado a más de 100,000 personas desaparecidas […] las madres tenemos que salir a buscar con nuestras propias manos, picos y palas. No nos olvide. Rece por nosotras y llame a nuestros gobiernos a buscar a las personas desaparecidas y a detener la violencia; a nuestros pastores a acompañarnos más; y a la sociedad a ser más empática con nuestro dolor”.

El Papa abrazó a esta madre doliente y poniendo su mano derecha sobre el retrato de Raúl, Jesús, Luis Armando y Gustavo -cuyo paradero permanece desconocido- envió su bendición a todas las familias que buscan a uno de sus seres queridos. “Rezo por ustedes”, dijo, mientras la señora Herrera le abrazaba.

Este profundo gesto se suma, sin duda, a la consternación internacional frente a la continuidad de la crisis de desapariciones. Hace apenas unos días, el propio Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, expresó también su solidaridad a las familias y recordó que esta realidad es “una tragedia humana de enormes proporciones”.

Las autoridades mexicanas deben escuchar estos llamados e implementar con urgencia políticas públicas a la altura de la crisis. Convocar a las distintas instancias y niveles de gobierno para diseñar una verdadera “Política Nacional para Prevenir y Erradicar las Desapariciones”, hoy inexistente, como recomendó el Comité de la ONU especializado en esta temática, sería un paso pertinente en esta dirección. También asegurar que el recientemente creado Centro Nacional de Identificación Humana cuente con el presupuesto y el respaldo institucional que requiere para no ser otro caso más de simulación institucional. Finalmente, es impostergable revisar la fallida política militarizada de seguridad.

Pero el abrazo de Francisco a doña María simboliza, adicionalmente, una interpelación incluso más profunda respecto de la empatía con las víctimas, que se ha perdido en nuestro país, roto por la violencia. Ese abrazo dice que las autoridades deben escuchar con respeto a las víctimas; que las comunidades de fe solidarizarse más con quienes sufren los estragos de la violencia; y que como sociedad debemos reconstruir los mínimos de compasión que hemos extraviado.

La crisis de desapariciones no es una herencia de ayer: es una realidad de hoy que sigue causando estragos en el deteriorado tejido social de la Nación. Si no son escuchadas las voces que alertan sobre ello y si no se adoptan medidas extraordinarias, en unos años otra inédita cifra de dolor volverá a sacudirnos. Es tiempo de abrazar la causa de quienes buscan a sus seres queridos.

Director del Centro Prodh

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